Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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LAS ILUMINACIONES

Raúl Hernández

Luego de una temporada en el infierno, las iluminaciones. Arthur Rimbaud pudo generar este matrimonio entre el cielo y el infierno, como William Blake, conseguir esta nueva etapa. “¿Poeta joven? Rimbaud era poeta joven” me diría el escritor argentino Enrique Fogwill luego de conversar con él, y presentarme así en el Centro Cultural de España, por ahí a principios de este siglo.

También recuerdo, desde no se donde: Sólo los maravillosos ven cosas maravillosas, los demás, ven puertas, casas, ventanas. Es ese estado maravilloso el que aparece de pronto, así, de la nada, como la luz de un automóvil que ingresa a un pasaje. Silbar por los caminos siempre será el mejor soundtrack de este entorno sublime. Los perros ladran con bondad, los ciclistas miran para ambos lados.

Y no será esa búsqueda de limpieza clara y silenciosa la que enderezará la Torre de Pisa. No, la torcedura y su fractura tendrán el correspondiente espasmo, y así también la calma, el té de medianoche, una tarde primaveral que se avecina. Busco y aparecen flores, estrellas fugaces, gatos negros que arrancan y miran hacia atrás. Nadie sabe de esto, nadie esta atento al submundo de las emociones cautivas. Eso es imperecedero y pasa a ser un lugar común. ¿Dónde estás esta noche? En éxtasis mental, en marcha, con magos y acróbatas, trapecistas, hombres bala, enanos, payasos y beldades sumisas, las cartas y el comodín de cada semana. Estoy leyendo un poema ahora que habla de los caballos en una despedida, caballos sueltos que aparecen de la nada, aquí, soy un personaje más del Lagar de Don Quijote. A veces, los floreros rotos se pueden pegar con poxipol, y quedan re bonitos, con una pintura nueva y un tulipán colocado por una mano misteriosa que aparece en esta escena.

Nombrar es quitar, iluminar es avanzar sin impedir, sin decir, sin contar. Tú estás ahora tomando un café, yo estoy aquí, de pronto, en La Unión, y me encuentro con espejismos y sempiternas sospechas, avanzo y encuentro una flor de amaranto, encuentro un libro arrojado a las estrellas, un libro que podría ser de papel invisible, y esas voces, esas palabras vendrían a ser tu voz apelando al comienzo de una mañana lluviosa, lluviosa, como el vestido del invierno. Y todos los mensajes que aparecen en las paredes, todas las sombras son ahora una iluminación que acontece y aparecen magnolias, buganvilias y besos de cereza. Duraznos en flor y matorrales en estricto desorden. Ya volverán los pasos en el camino, volverán las poleras de feria persa, la ausencia de toda prontitud. La perfección del amor incoherente.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, diría Cesare Pavese. Esa muerte puta, diría Oliverio Girondo. Vendrá, claro, pero luego de toda esta montaña, allá, a lo lejos, no desde esta visual, dando la espalda, tirándole gomitas al cielo con Eddie Brickel and the New Bohemians. Si, vendrá eso que está presente, pero después, más tarde, con la irresponsabilidad de quien deja abierto un refrigerador, por que viene alguien a buscarte, para ir allá, a conversar de nada, mientras pasa nada, esa nada que ilumina, y no es el aburrimiento de personaje de ciudad, es otra cosa, es un estilo de energía, una caricia al viento, un paseo por el barrio perfumado, esa nostalgia del futuro que bien aconteció Jorge Teillier, esa belleza eterna, belleza de pronto, la magnitud de un cuadro en el Museo del Prado, y salgo casi cayendo como una piedra arrojada al despeñadero.

Veo cosas maravillosas, en estado maravilloso. Sin tapar la oscuridad, por que esta vida nocturna es la causa de toda melancolía adorable, solo un deseo extraviado, un voto para el presidente del tango, un cigarro que cae en la boca de Pizarnik, un organillero que recibe la moneda de mañana, ese mañana disperso, extraño, sin orden ni complacencia, ese error hermoso de la mezcolanza y el sin razón. Hablar con Pepi, Lucy y Bom en la mensajería del correo electrónico. Arrojar la challa al espacio sideral. Hablar con alguien que no conoces, dentro de un sueño, y no ves el rostro, por la luz, por la luz de la iluminación, de la iluminación de quien ha sufrido de verdad y ya no es parte de las sombras. Una conversación de bares y chinganas, con el conductor del último ascensor a la luna.

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