Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Guía de descarriados



VIRUS EN VIVO EN EL ESTADIO CHILE

Por Marcelo Olivares Keyer

 

I     ¿WADU-WADU?

 

Un día de enero de 1987 mi cabello largo -muy a contrapelo de la moda imperante- cobró sentido, sólo tuve que peinarlo con partidura al lado, ponerme una camisa amplia y abotonarla hasta el cuello: ya estaba listo para ir a ver a Virus. A mis tiernos diecinueve años, mi rostro aún era algo regordete, muy lejano del estilo Moura, pero unas semanas antes había visto en televisión, en un programa de videoclips, la canción Pecados Para Dos, con lo que me había convencido de que esos platenses -de quienes ya venían sonando un par de canciones en la radio desde hacía un año- también tenían algo que decir dentro de la avalancha de música pop trasandina que para el verano´87 ya era un diluvio total que parecía no tener fin.

Durante el largo viaje desde La Florida hasta la parte antigua de Santiago, en donde tocarían los Virus, viaje que por aquellos días duraba como dos horas, sólo me acompañaba ese goce anticipado que se siente cuando sabemos que vamos a ver una buena banda. Mal podía adivinar que esta agrupación, al lanzar su ópera prima WADU-WADU a fines de 1981 (un año antes que Lulú Santos, Blitz y Barao Vermelho en Brasil, o que la Banda Metro en Chile, quienes lanzarían sus primeros álbumes en 1982), habían dado el puntapié inicial a la renovación de la música pop en América Latina, con lo que arriesgaron recibir más de algún puntapié ellos mismos, ya que meter mano en la delicada trama cultural/emocional/social de aquellos días era cosa complicada, y muy difícil de explicar a quienes hoy tienen menos de cuarenta años.

Este Virus se había comenzado a incubar en 1980, con la mezcla de dos bandas: Marabunta y Las Violetas, fusión bautizada con el no muy convincente nombre de “Duro”. Tenían una vocalista llamada Laura, la que al poco tiempo se bajó -o la bajaron- del proyecto. De Marabunta venían los hermanos Julio y Marcelo Moura, y para reemplazar a Laura decidieron llamar a su hermano mayor, Federico, quien se había ido a vivir a Brasil después de haber sido bajista del grupo Dulcemembriyo hacía un montón de años. Visto desde hoy, no fueron sus hermanos chicos los que convencieron a Federico José de regresar del Brasil, fueron los hados del Arte quienes lo arrastraron de vuelta a La Plata para que alguien viniese a dirigir con delicados dedos el inexorable cambio que se avecinaba en el espíritu de la época. Así, convencieron al hermano Fede, y Duro pasó a llamarse Virus.

Subirse a cualquier escenario en América del Sur en 1980-81 y salir con canciones tecno bailables como las del mencionado Wadu-Wadu, hiper livianas, con letras irónicas, con su culto al hedonismo, era -vaya paradoja- cosa seria, muy seria, y si todavía a mediados de la década los más jóvenes (pero que sabíamos en qué mundo estábamos metidos) todavía debíamos someternos a un complejo proceso de metamorfosis psicológica para permitir la entrada a nuestras habitaciones de nuevas luces y nuevas perspectivas, no costará imaginar el comprensible rechazo que Virus -y luego sus equivalentes en los demás países de la región- debieron soportar en esos días en que en nuestro castigado subcontinente no se podía pronunciar una sílaba sin que esta fuese un enigma a ser vigilado, descifrado, censurado, aclamado o repudiado.

Todo era grave a principios de los ochenta, pero por algo Federico se lanzó a domar al monstruo de lo establecido. Con su rostro fino, casi de mujer, con esa voz suave y algo quebrada, pero clarísima, con esos ojos grandes que sabían medir el mundo, Federico había enfrentado a fantasmas mucho peores que un par de pifias en un show y había soportado obscuridades mucho más reales que un apagón en medio de una presentación. Pero yo aún no sabía nada de eso, o creía no saberlo, mientras la micro avanzaba por avenida Vicuña Mackenna hacia el centro, doblaba hacia abajo en Plaza Italia, y descendía por la Alameda, entre viejas mansiones abandonadas, hacia la parte más antigua de Santiago.

II     LOCURA

El Estadio Chile no es un estadio, es un gimnasio, y pocos años después, con la vuelta de la “democracia”, se le cambió el nombre por Estadio Víctor Jara (pudieron haber aprovechado la ocasión para ajustar las cosas y llamarlo Gimnasio Víctor Jara, pero en fin…). En efecto, allí los milicos masacraron a Víctor Jara en septiembre de 1973. Trece años y cuatro meses después todavía se llamaba Estadio Chile, y una hora antes del recital de los Virus una multitud de chicas rodeaba el recinto y entraba en tropel. Yo entré con la manada y formaba parte del 1 % de hombres en medio de miles de hembras chillando. Al apagarse las luces el griterío se volvió ensordecedor, luego se encendieron las luces de escena y comenzó a brotar la típica neblina de utilería. Al aparecer Federico Moura ya el griterío era una especie de bloque sonoro por el que se colaban con dificultad los primeros acordes -como de clavecín- de Pecados Para Dos. Al primer golpe de la batería yo ya estaba completamente mojado por el sudor de mis vecinas y todos(as) éramos una masa que saltaba. Maravilloso.

Para esos días Virus llevaba cinco álbumes en el mercado, descontando recopilaciones y álbumes en vivo, los que suelo no contabilizar, y sus canciones eran tarareadas desde Lima hasta Ushuaia y desde Asunción hasta Chiloé. Después del fundacional WADU-WADU habían salido: RECRUDECE (1982), AGUJERO INTERIOR (1983), RELAX (1984) y LOCURA (1985), este último una obra maestra, un verdadero clásico (“Me puedo estimular con música y alcohol…” ¿recuerdan esa frase que nos identificaba a todos?), de modo que ver a Virus en ese momento era ver a esta banda fundamental en la cima de su periplo. Los tipos se paraban en el escenario algo hieráticamente, sin moverse mucho, pero no tan hieráticos como lo harían siete años después sobre ese mismo proscenio -pero ya rebautizado Estadio Víctor Jara- los alemanes de Kraftwerk (otro grupo muy importante pero de otro mambo).Dieron una clase magistral de elegancia, ni se despeinaban, y todo sonaba perfecto, limpio y pulcro, literalmente brillante, desde el impecable trabajo de los teclados hasta esas letras -muchas hechas a medias con el artista conceptual Roberto Jacoby- que podían ser descaradamente liberadoras (A la vida hay que hacerle el amor/Sin tener que pedir perdón) o perfectamente equilibradas entre la contingencia y la fe (Para juntos practicar/Nuevasformas de encarar/Esta densa realidad).

Virus no fue de las bandas que explotaron de un viaje sacando un primer álbum señero, como la mayoría de las buenas bandas, sino que tardaron algunos años en dar a luz su obra maestra (Locura). Fueron de menos a más. Lo suyo fue abrir brechas, y agallas no les faltaron, al punto de que no quisieron asistir al “Festival de la Solidaridad Latinoamericana” en mayo de 1982, intuyendo que detrás de esa aparente buena intención también había un lado B.

 

III     ESTAMOS ENFERMOS

El griterío no paraba, la masa de hembras adolescentes rugía. Sobre el escenario el guitarrista/tecladista Daniel Sbarra miraba de reojo, a lo mejor recordando los días en que había vivido en Chile. Federico, por su parte, a veces sonreía, sobre todo cuando le comenzaron a caer encima prendas de ropa interior femenina. Agarró una al vuelo y se quedó mirándola un rato, seguramente comprobaba una vez más que no todos sabían leer las claves homosexuales dispersas en sus letras. Después volvió a quedarse callado. Sabía manejar el silencio, parecía gustarle, y con sus ojos enormes miraba a las alturas, a la galería, a las escaleras, a los rincones más altos y mal iluminados del gimnasio transformado en caverna de alaridos. Era un tipo culto y seguramente sabía que ese recinto, que él en ese momento gobernaba con sus gestos sutiles, había sido después del Golpe de Estado del 73 una sede del infierno, un centro de exterminio y tortura, y tal vez flotó por su mente el recuerdo de su hermano Jorge, el mayor de los seis Moura, quien tras pasar por la comunidad SILO, y después por el E.R.P. (Ejército Revolucionario del Pueblo), había sido un día de 1977 apresado por los milicos y desaparecido para siempre. ¿Por qué mirabas tanto el techo, Federico? ¿Qué vieron tus grandes ojos en esos lejanos rincones? La caverna Chile había dado para todo. No se trata de creer en fantasmas, y tal vez Federico no sabía lo que había pasado allí, pero esos fríos muros devolvían el griterío algo trastocado, eran ecos liberados por el ángel de la locura. 

El año anterior, Virus sólo había publicado un álbum en vivo (en base a un par de presentaciones en el Estadio Obras Sanitarias de Buenos Aires durante el mes de mayo), de modo que ya habían juntado material suficiente como para un nuevo largaduración. Partirían a grabarlo a Rio de Janeiro en abril, y estaría en las disquerías en septiembre (se terminaría llamando, tras una serie de nombres tentativos, SUPERFICIES DE PLACER), más o menos al mismo tiempo que el recopilatorio Grandes Éxitos. Pero no mucho después de aquel recital perfecto del Estadio Chile en enero, por los días de abril en que se instalaban en Rio a trabajar, Federico fue al médico y recibió un nuevo golpe, esta vez letal. Estaba enfermo, tenía SIDA.

Todos estamos enfermos, y nuestros tejados de vidrio también nos permiten ver las estrellas y escrutar, aunque sea torpemente, ese paisaje y ese misterio total al que llamamos infinito. El álbum Superficies de Placer acabó siendo la inesperada despedida de Federico. En ese disco, la primera canción se llama Mirada Diagonal, pero es más conocida como Mirada Speed, y en su segunda estrofa dice:

Flotando, navego, en dirección, de aquella extraña figura de poder…

Me conmueven esos versos. Todos flotamos pegados a esta pelota llamada Tierra, y navegamos, si bien no sabemos muy bien en qué dirección. Pero hay momentos en que todo converge, y uno de esos momentos son los grandes recitales de las buenas bandas, en los que los artistas de tomo y lomo nos remecen hasta el tuétano y nos devuelven, a pesar de los mensajes adelantados de la muerte, el placer de la existencia. Los Moura bien sabían lo que es el lado obscuro de la vida, y no debían mostrar credenciales de sensibilidad a nadie, por eso mismo se atrevieron a poner un toque de brillo insolente en la capa opaca y pesada que aplastaba a nuestro mundo a fines de los setenta.

Por mi parte, alguna vez podré contarle a mis nietos que una noche de verano vi a los Virus en vivo; o me lo diré a mí mismo, mirando en el espejo mi rostro ahora sí huesudo, y recordando que -aparte de los innumerables errores que cometemos aprendiendo a surfear en la tempestad de los días-, a veces también acertamos, y algo nos lleva a cruzar la ciudad para ir a tener una cita con la historia, con nuestra historia.

 

 

olivareskeyer@gmail.com

Ñuñoa, abril del 2018.

Escáner Cultural nº: 
204

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