Novela
NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo II
por Jesús I. Callejas
¿EL COMIENZO?
Hora de las píldoras nocturnas. Locozepam (genérico de Locopin), Locural (genérico de Locotrigine) y Tranquilify (esperamos con alborozo su genérico; el seguro médico sólo cubre éstos). Veamos: Locopin en Estados Unidos, Locotril en Europa, Canadá, Suramérica. He pasado sin detenerme del todo por muchos sitios intuyendo que pertenezco a ninguno. ¿Dónde resido hoy? En Bajagracia… ¿Dónde se encuentra situada? ¿Permanezco en Bajagracia? Los he recorrido sin dejar que jamás me impregnen de confianza… Locozepam suena bien; sólida fonética en oídos provinciales. Por la mañana tuve cita con mi psicólogo, anciano afable en una colección de ancianos afables… Rellenar momias con nombres inéditos… justificaciones. ¡Ah!, los demás; o mejor, ellos. He soñado con el Yeti, pero no lo busqué en el Himalaya, sino en catacumbas talladas a mordidas bajo los zapatos. Duermo con bagaje de pesadillas, coitus interruptus oníricos; sueño aterrado, despierto inquieto, regreso al sueño… Dormir, con o sin píldoras, es refugio perfecto, pero fatiga despertar ante el ¿mismo? día.
Hoy me levanté maldiciendo frases: Alguien me ama (¿acaso seres anónimos sepultados en millones de recuerdos que pueden no serlo?); Hay esperanza para el mundo; El amor nos reivindica. Abundan más los buenos que los malos… Seamos serios, por favor. A esta hora el sol cede paso a sombras despintadas y fachadas de remolachas gemelas, dejando atrás docena de torcidos muros y discrepancia de canteros. Tras el café de sabor a llanta me dediqué a clasificar las píldoras semanales y distribuir las restantes fotografías de calendario a lo largo de mi habitación. No describirla; suficiente con decir, por el momento, que permanece prolija. Le facilito el trabajo a la seria empleada semanal enviada por el Seguro Social para la limpieza. Clasificar píldoras es el mejor bosquejo de la masturbación. De nuevo la confusión entre sujeto y objeto. Por el momento, el entero cuerpo es volumen apergaminado, docenas de escleróticas frases; cada llamado año acredita grácil movimiento articulado página; la entintada letra, mediante sus estilos sobre Yo, recompone órganos y músculos, desatasca arterías.
NOVELA: YO BIPOLAR
Capítulo I
Por Jesús I. Callejas
SOLO
Recupero el fragilizado párrafo: “Veinticinco años residiendo en el punto medio de una ciudad nauseabunda llamada Bajagracia.”, e intento relajarme mientras secuestro más café. La ventana en posición: lista. Querida Catábasis: ¿Nos autorizas a extraviar vidas ancestrales? Al final del piso, mujer joven a la que intento observar sin que se percate. Me place verla fluir hacia el elevador, dictaminando que no es ella, sino nuestro arrugado edificio el que retrocede; mucho place verla perderse en la brumosa gente rodeando jardines. Quizás, quien retrocede… pues el edificio siempre se transforma en humanoide. Malograda fábula... ¿Son o no lo mismo? Negro parteluz sobre rostro alargado con trazos de Modigliani no condenados a la guillotina, y ojos magistralmente dispersos. Cohesiva dosis nostálgica saviando de oliváceo ánimo facciones, pecho, brazos, cobijada en tejado inmejorable, piel, o sea, de suave persistencia. No hay ocasión en que no salude apocada, a lo que correspondo lacónico, anticipando la peligrosa llovizna emocional. Prudente no desinflar la burbuja. Las mujeres se han transformado para mí en fuente de sensación contemplativa, estética estática; las observo evitando recordarles rostros; mejor diluyéndolas en memoria abominable.
RÉPOKER DE ASES
De Teresa Prado:
Cuando te pasas más de cinco años esquivando afiladas negativas editoriales y entre tanta carnicería escuchas un sí, te sientes como una hormiguita con teclado capaz de escribir cincuenta veces su tamaño. La ilusión y la esperanza se reinician y las horas batallando contra los molinos de la quijotera cobran sentido. Yo no estoy loca por escribir, escribo para mantener a ralla a la locura.
Con Repóker de Ases, mi última novela, vuelvo al género negro, zambullendo violentamente al lector en un caldo de sangre, con el sexo y el humor como manguitos de seguridad. Como columna vertebral muy equilibrada tenemos a Fabiola, una psicóloga que regenta una clínica con numerosos pacientes, aquejados de raros trastornos mentales. Un auténtico desfile de intelectos desfigurados, donde ella lucha por marcarles el camino correcto. Pero lo que ella desconoce y aprenderá por las malas es que realmente el azar es un verdugo que vaga con una pistola en la sien.
La presentación será el próximo 25 de enerode 2013, en el Rever, Coruña, a las 20:30, bajo el mecenazgo en general de Ediciones Hades y en particular del editor y también escritor José Luís Victoria.
POLVAREDA
(Novela por entrega)
Capítulo VI
Por Rocío Casas Bulnes
Piedra. Pensar en el pasado es posible, nombrarlo no. Pese a los esfuerzos no se puede producir ni siquiera frases sueltas. Se dice cómo se escuchaban aun los ruidos de lo que fue en un tremendo bullicio, mas la mirada no localiza el verdadero lugar de donde provienen los sonidos. Las pisadas en el barro siguen ahí, calientes. Persiguiéndolas se llega al propio desvanecimiento. Lo único que se tiene son los restos desperdigados. Tan terriblemente inmutables. Laten con fuerza bajo la suave capa vegetal. Reposan, pero en vigilia. Piedra. Por algún motivo de peso se eligió ese material. Siguen estando ahí para recordarnos de nosotros mismos. Algunas demasiado enterradas. Otras bajo luces artificiales, mostradores de vidrio antirreflejante y en el mejor de los casos climatizadores. La piedra es lo que nos define, decían. Pero no la conocemos. Lo único que sabemos son historias contadas por otros.
Y qué tenemos mas que tratar de explicarnos mejor. Habían dibujos que penetraban las piedras haciéndolas parecer blandas. Habían pinturas en las paredes. Algunas enormes, con celestes fondos que brillaban, pinturas de hombres adornándose las cabezas y conversando entre ellos siempre de perfil, pinturas de plácidas rutinas cotidianas, de torsos desnudos, luchas hasta la muerte y animales entremezclados con lo humano. Las mujeres se veían anchas y en reposo. Los hombres, sensuales y llenos de vida. Habían extensos tejidos de diálogos abstractos, utensilios de cerámica con seres reales e imaginarios, también pintados. Había, por último, muchos huesos. Algunos desintegrándose a solas. Otros bajo la piedra. Los más en acumulaciones equivalentes a cientos de cuerpos. Masas de costillas, dientes, caderas y pedazos amarillos indefinibles. Algunos perfectamente alineados, como un durmiente que se fue para ir a soñar y jamás volvió, mezclados con metales brillantes y joyas color de río. Pero ya nadie era capaz de leer la piedra ni la pintura ni el textil ni la tierra moldeada. Estaban modificados y no había marcha atrás. Lo único que quedaba era entrar a formar parte de aquellas historias que otros contaron, ser capaces de vivir y dejarse encarnar por el relato hasta que sus transformaciones fueran sutiles pero fieles al pensamiento de cada uno.
Polvareda
(Novela por entrega)
V
Por Rocío Casas Bulnes
Esos señores que se perdieron en el mar para nunca volver tenían su propia historia. Resulta que ya habían alcanzado el poderío de toda la zona tiempo atrás, y las tribus les tenían un rencor espantoso. Se les veía en sus gestos, cuando iban a besarles los pies y no podían evitar mirarlos a la cara, cosa que era absolutamente prohibida. Clavaban un instante sus ojos en los de aquellos amos y luego volvían a deshacerse en servilismos, borrando lo recién hecho. Y pudo haber pasado inadvertido ese odio pero era tan intenso y se prolongó tanto en el tiempo que los señores empezaron a sospechar. Cómo es posible que no nos teman, que no nos levanten por encima del cielo, que no nos agradezcan día a día la salida del sol. Esto se preguntaban y por dentro el gusano del orgullo les corroía el estómago. Ellos llegaron hasta ahí por voluntad, luego de ganarse el territorio a punta de guerras. Quedó muy claro quién era el vencedor y quién el vencido así que no podían tolerar esa innombrable molestia que les llegaba hasta los corazones. Esperaron que el momento fuera oportuno, que alguien de las tribus dejara escapar una palabra de más o una evidencia donde la falta de respeto saltara a la vista. Pero los otros eran precavidos. Y así continuó pasando el tiempo.
Estaban los dueños y señores de las tierras con sus mujeres. Gozaban haciendo que ellas les adornaran el pecho, los peinaran en moños altísimos y les dibujaran el vientre gordo haciéndoles cosquillas. Cuando uno nuevo nacía mandaban a las madres a buscar maderas a la selva para luego tallarlas en tablas muy rectas, las cuales eran amarradas al cráneo del recién nacido haciendo presión por adelante y por atrás. Al principio el niño lloraba desconsolado pero luego la fuerza de la costumbre era más fuerte y aprendían a caminar lento para no caerse con el excesivo peso que llevaban arriba. Valía la pena porque con el tiempo les crecía la cabeza en punta, se les deformaba el cráneo haciéndolos parecer más inteligentes. Era un signo de distinción máxima que todos comentaban admirados. Mira su frente tan amplia, decían. Seguro debe ser descendiente de esos que alguna vez bajaron del cielo para hacernos los que somos. Estuvieron aquí y eran más altos, más bellos y luminosos que cualquiera, con la cabeza más puntiaguda que todos los hijos de nobles. Tenían una inteligencia suprema. Lo podían ver todo, tanto lo que ocurre a sus espaldas como bajo el mar y a la vuelta de la galaxia. Ellos viajaban en el espacio y llegaron hasta nuestro lugar para enseñarnos cosas que hemos olvidado.
Polvareda
(Novela por entrega)
IV
Por Rocío Casas Bulnes
“Se recomienda usar el pasado como trampolín, no como sofá.”
Antes que comenzaran las guerras donde los hombres se hicieron asiduos a lanzarse cráneos de sus sacrificados, habían creído ser felices por un tiempo. Descubrieron que podían intercambiar a sus hijas por frijoles, techos, bebidas y animales. Tenían en su poder un gran cúmulo de riquezas cada vez que una de ellas nacía. Esperaban a que les salieran los senos y la curva de la cintura se pronunciara pero algunas veces su paciencia no llegaba a tanto así que las casaban igual. Dicen que una vez algún gobernante empobrecido tuvo por quinta vez un hijo varón y, en vez de enorgullecerse por engendrar otro guerrero, se desesperó porque vio frustrada su ansia de riquezas. Lo vistió no muy emperifollado, le puso vestidos y collares simples, arregló su pelo en un moño. Una vez se hubo convencido de que el pequeño podía parecer una niñita le ordenó a la madre que le enseñara a cocinar, a coser, a hacer masajes y a arreglar a sus hermanos con todo el lujo del que los hombres gozaban. Al niño parecía gustarle, incluso su voz era más femenina que la de sus primas. Entonces se apuró a casarlo, antes que fuera demasiado tarde, bajo la promesa que el marido no intentaría tocarla hasta que ella creciera. El padre huyó a una ciudad lejana siendo un hombre lo suficientemente rico para satisfacer sus ambiciones, y con el tiempo se enteró de lo que le había sucedido al hijo.
El esposo del niño, muy bien engañado, lo miraba con impaciencia. Había pasado casi un año y su cuerpo no cambiaba, aunque sí había aumentado de estatura. Una noche no pudo más, le arrancó los vestidos y se encontró con un puñado de carne colgando en la entrepierna. Pensó que debía sentir furia pero en vez de eso lo inundó una tranquilidad inusitada, llenándose de amor hacia ese ser. Lo abrazó y tomó dichoso por esposa, y así ese niño fue siempre mujer. Una de las pocas mujeres felizmente casadas. Tuvo privilegios que los vecinos nunca entendieron, mas respetaron como un signo de excentricidad del marido. Su esposa tenía educación y a cada pregunta recibía una respuesta y no un puñetazo. Así fue como se enteró de la historia de sus más recientes antepasados, así comprendió porqué los hombres en su tribu sufrían decepción y agotamiento.
Polvareda
(Novela por entrega)
III
Por Rocío Casas Bulnes
Trato de recordar pero fue hace tanto tiempo que ya no me ayudan ni los números ni lo que otros me han contado. Hago un gran esfuerzo por dejar que las imágenes pasen cual nubes, sin que yo trate de retenerlas, como lo hace quien espera la muerte con valentía. Creo haber estado caminando sobre un suelo húmedo. Sí, es lodo y estoy metida en medio de la selva. Tengo nueve años. Camino sola. Mi respiración está demasiado agitada, aunque mis pasos de felino van lentos y cautelosos. No estoy segura de qué tengo miedo, pero escapo de algo sin saber en qué dirección viene. Muevo mis brazos para encontrar una salida. No veo nada, sólo a veces un hilo de luz se cuela entre las crestas densas. Baja para desaparecer dentro del fango transformándose en renacuajos.
Había estado en medio de una pelea. Es una casa desconocida y todo se viene abajo entre risas de hombres. Vuelan cabezas de aquí para allá, embistiendo violentamente lo que hasta hace un momento era una cena agradable. Algunos huesos humanos de estos que tengo frente a mí tienen carne que se niega a desaparecer, y los gusanos roen felices restos de lo que antes fue piel. Otros han pasado por el blanco impoluto para mutar al polvo duro, como la tierra que se pega dentro de sí misma formando en apariencia una roca. Se deshacen con cada viaje por el aire, van desprendiéndose pedacitos que se disuelven y desaparecen. Otras se parten en trozos grandes, por aquí una mandíbula sin los dientes delanteros, por allá un pómulo y la concavidad del ojo vacío.
Polvareda
(Novela por entrega)
II
Por Rocío Casas Bulnes
Antes que los señores de las grandes casas esparcieran su poderío por toda la tierra, hubo dos reyes poderosísimos que de diversas maneras los engendraron. Se dice de ellos que hicieron grandezas, que le dieron nombre a su cultura y que además la convirtieron en una presencia inmortal. Creían en la edad de las ciudades y en que estas permanecían luego de ser saqueadas, tragadas por la selva o reducidas a sus cimientos. Esa fe inalterable hacía orgullosos a los señores, actuando con una crueldad desmedida. Además tenían en su sangre naturaleza mágica, y aunque esto último fuera cierto, no pudo ser visto en sus acciones. Sus nombres fueron Cucumá y Chalcó.
Ambos reyes, mientras convocaban el poder absoluto, fueron destruyendo campos, selvas y desiertos, arrasando al paso los distintos pueblos y ciudades con toda la gente que tenían dentro. Entre los sitios poblados y las civilizaciones que ya no existen se cuentan aquí cerca nuestro historias de humanos con apariencia fantasma, con pintura en el cuerpo y cabezas puntiagudas. Habían otros que abiertamente permitían a las mujeres llevar la casa y la economía familiar, así como las tareas de medicina, para ellos dedicarse a tomar y hacer la guerra. Se cuenta de unos que vivieron encaramados en la selva hasta que de manera misteriosa desaparecieron abandonando sus ciudades. Otros hablaron de seres con un poder mental tan grande que podían mover piedras monumentales a grandes distancias, sorteando incluso riscos y acantilados. Los que estaban cerca de las faldas de un gran golfo no habían sido vistos nunca, pero sí sus rastros de cabezas gigantes. Unos más, a través de las cordilleras bailaban con ropas de color fosforescente y daban giros que les hacían llegar al trance.
Polvareda
(Novela por entrega)
I
Por Rocío Casas Bulnes
“Y ésta fue su existencia, porque ya no puede verse el libro que tenían antiguamente los reyes, pues ha desaparecido. Así, pues, se han acabado todos”
Nombres de todos los descendientes salidos de nuestros abuelos. ¿Los recuerdas?, estos son sus nombres. Convocaremos aquí a las generaciones de reinos y de nuestros primeros padres. Vinieron desde muy lejos, atrás en el tiempo, cuando de pronto el negro infinito del cielo se llenó de puntos. Y aparecieron unas como luciérnagas que se desplazaban a todo lo ancho, a veces chocando, recorriendo caminos separados hasta que por fin una a una se acomodaron en un rinconcito. Se hicieron su nido en la noche.
Luego, la bola blanca vino desde el oriente. Primero se escuchó el rodar de piedra contra los árboles y la tierra. Al llegar al agua del mar se detuvo un poco, como dudando, y luego se metió así nomás, y mientras avanzaba iba dejando una luz en la superficie de las olas. Salió por allá, donde termina el horizonte, y rodó entonces por el cielo hasta bien arriba. Nunca se movió de ahí, pese a sus eternos cambios de ánimo. Sólo cuando llegó el sol y se dio la vida, sólo ahí las luces de todos los tamaños en el cielo negro desaparecieron a intervalos para dar paso a lo que sería. Nada se vio a su llegada, se cubrieron las cosas con una luz dura que las hizo desaparecer. Poco a poco surgieron sutiles colores nuevos, hasta que ya estando lejos a lo alto se le vio como un punto de fuego. Así lo cuentan.
Salieron de ahí los señores, los primeros padres y estos que después se dijeron primeros padres. Muy atrás la abuela generadora, muy atrás el tapir. Salieron y se hicieron sus casas, que por lo que cuentan eran muy grandes. Había de todo en esas casas, comarcas se armaban de gente funcionando en torno a un señor, manufacturando su vida en función de lo necesario para el otro, y esos señores crecían más y más, y protegían a los suyos para que éstos los protegieran a ellos. Algunos llamaban a eso solidaridad. Primero eran unas cuantas, luego muchas casas aparecieron, nueve casas hubo y tantas como apellidos existían. Eran señores de las ciudades, todas las que surgieron en ese entonces. Se escribieron listas para sujetar esos nombres, para que no se perdieran y algo de legado quedara. Esos grandes señores de las grandes, grandísimas casas. Este era el de la ciudad tal, éste el de la casa de al lado, y así sucesivamente en todas las generaciones perdidas. Primer señor: presidente de la casa grande. Octavo: canciller de las familias. Segundo: encargado de asuntos públicos en casa grande. Quinto, ministro de cultura. Tercero: jefe de fuerzas armadas. Séptimo: Administrador de asuntos jurídicos. Cuarto: recaudador. Sexto, alcalde eclesiástico. Noveno, rey de legislaciones. Nombres de señores, generaciones que ocuparon los asientos. Investidos de autoridad, se les vio ejercer los espacios desde la selva de la chiquitanía al cabo de hornos y los cuatro caminos.
Los diarios de Márai. 1984-1989.
Sandor Márai (Hungría: 1900- USA1989). Diarios. 1984-1989 (Barcelona: Salamandra. 2008. Traducción de Eva Cserhati y A.M. Fuentes Gaviño) 219 páginas.
Por Rodrigo Quesada Monge
Esta edición de los diarios de Márai, en realidad el último volumen de seis en total, y que los otros cinco aún esperan ser traducidos al Español, tiene un excelente nivel y carece de entuertos litográficos, lo que prueba la brillante labor de traducción y montaje realizada por una editorial que se ha especializado en hacer llegar al público hispanoamericano, textos de alta calidad e inigualable factura artesanal. En pocas palabras, es sencillamente una delicia tener en nuestras manos un libro publicado por Ediciones Salamandra.
Estos diarios son una muestra significativa de lo que es la literatura profunda, aquella que trata y reflexiona sobre los grandes temas intemporales de la humanidad: la vejez, la desilusión, el cansancio, la esperanza, el amor, la compañía. La literatura de Márai es de lo mejor de la literatura centroeuropea, aquella que presenció y vivió en carne propia la caída del Imperio Austro Húngaro, y lo que significó para muchos intelectuales y artistas el hecho de tener que abandonar su hogar, para empezar a vagar por el mundo. Márai salió de Hungría en 1948, poco después de la ocupación de los comunistas, y estuvo en varias partes de Europa, hasta que finalmente terminó suicidándose en California, en febrero de 1989, totalmente solo, dos años después de la muerte de su esposa.
Ciudad Enferma: Ciudad Pus
APUNTES SOBRE “CIUDAD SUR”, DEL ESCRITOR LUIS ANTONIO MARÍN.
Por Ramiro Villarroel
Las imágenes que van del horror a la angustia, de la degeneración al hastío y de la risa a la decadencia orgánica y espiritual que aparecen en las páginas de “Ciudad Sur”, nos hablan del gesto irreverente y decidido que activa la musculatura visual y literaria del escritor, operando una metodología que tiene mucho de crónica temporal, espacial y experiencial, que podríamos llamar de alto periodismo –eso sí, de mirada totalmente excéntrica-, al abrir camino a personajes que encarnan aspectos determinantes o arcanos de lo humano de alta densidad, cuyo casting el autor ha desarrollado durante toda su vida, ya que un dato no menor es la construcción de esta novela o libro de relatos imbricados, como el mismo autor le gusta definir su obra, cuestión que desemboca en una biografía ficcionada en tercera persona.
Empresarios, artistas, mujeres e instituciones aparecen retratados con una pluma que ausculta las características de una sociedad compuesta y construida por seres retorcidos y oscuros, a la vez víctimas y victimarios en escenas cargadas de una violencia aceptada por quienes la padecen.
Esta radiografía, escáner o resonancia al espíritu que le da cuerpo a esta ciudad más real que imaginaria, nos entrega el contraste de acontecimientos por momentos infernales, donde la prepotencia del poder y el dinero convive con la hipocresía de una fiesta donde todas las aberraciones se mixturan, lo que vendría siendo la punta de un iceberg en que los vapores de la corrupción confeccionan una arquitectura de cartón piedra, sexo, drogas y rock satánico.
Acá el mal es la moneda corriente que construye universidades y abyecciones.
A su vez, esta universidad produce entre sus huestes jóvenes enajenados; pero también a un escritor cuya obra disecciona la mente y los comportamientos de la perversidad encarnada en hombres y mujeres monstruosamente comunes y corrientes, que por lo fatal de sus experiencias, se tornan malsanamente excepcionales.
Una cosa cierta es que el mal es medular en la trama de todos y cada uno de los cuentos que componen la novela. Así, esta obra se emparenta con una amplia lista de obras de la literatura, que sería innecesario nombrar por su misma extensión. De alguna manera, la historia de la literatura es la historia del mal.
El infierno que el autor tiende ante nuestra mirada tiene el porte de la ciudad, de un convento o de la caja craneal de un exitoso drogadicto que, en conjunto con la velocidad de la narración, dan una sensación de vértigo y de turbación.
Las capas de identidades que esgrime el autor, desde un principio, hablan de un cuestionamiento a la política del ser que funciona como disfraz, lo que nos alerta de que hay un juego de superficies, figuras y fondos que el autor refiere y que son tratados con una distancia que le permite lanzar su artillería crítica con mayor libertad al momento de fijar las ideas.
En la novela lo grotesco luce su eje alimentado por la sangre, el kitsch, el voyerismo y una investigación que tiene un sabor a venganza por las circunstancias innobles e injustas que el autor ha tenido que vivir, así como gran parte de su generación.
Esta ciudad está preñada de oscuridades que el escritor no tiene intención de iluminar, pues le interesa entregar una imagen de esa oscuridad mediante incógnitas, cuyas apariencias encarnan los mitos urbanos que hasta el momento nadie ha querido –o podido- retratar. Esta, de todas maneras, es una Ciudad Enferma: Ciudad Pus.
ARTE Y LITERATURA
César Pérez Pinzón y el intimismo
Desde su primer libro de cuentos, César Pérez Pinzón (Alvarado, Tolima, 1954 - Ibagué, 29 de noviembre de 2006) se distanció del tono de la literatura de sus coetáneos. El estudio de los griegos, el querer ser diferente a quienes le precedieron y su propio temperamento, le permitieron construir una estética intimista en los cuentos de sus dos primeros libros, Alucinaciones (1980) y La calle del farol dormido (1986), y le dieron frutos destacados en su novela de 1986, Hacia el abismo, publicada por Plaza y Janés, y en su libro de cuentos Hijos del fuego, ganador del Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá en 2003. Figura en su bibliografía, también, Cantata para el fin de los tiempos.
Pero el intimismo de César no significó cambiar de tema, como podría pensarse ante los reclamos de algunos críticos colombianos que les prohíben a los escritores tocar los temas sociales. Desde sus primeros cuentos lo que cambió fue el prisma con que traducía la realidad de sus personajes, vivieran o no la violencia colombiana. Es decir, jamás rechazó su país, aunque se separara del tratamiento que siempre se le había dado a nuestra literatura. El epígrafe de su novela Hacia el abismo, de Cioran, podría colocarse a toda su obra: “La humanidad vive amorosamente de los sucesos que la niegan”. Tampoco su intimismo se puede asociar con cierto psicologismo del siglo XIX. La intimidad se extendía sobre sus personajes a pesar de los temas sociales y aunque no jugara al psicoanálisis.
ENAMORADO DE LA MAGA
Desde Venezuela, Carlos Yusti
La novela "Rayuela" de Julio Cortázar, ha sido recuadrada con algunos clichés, simplificada con muchas frases hechas. Sin mencionar que es la presa predilecta del lirismo abobado y salivoso de los gacetilleros culturales en domingo. Así tenemos entonces Rayuela como: "ejemplo insuperable de una portentosa contranovela", "inigualable caja china, muñeca rusa de vanguardia literaria", "su sentido lúdico permite a cada lector leer la novela que más le interesa", "inigualable trampa para nostálgicos irremediables y sensibles inteligentes", etc.
Cada lector puede develar sus abismos, transitar su laberinto humanístico y poético. Cada cual quedará atrapado por los personajes que entran y salen en la novela de a retazos, especie de rompecabezas que se irán armando en la visión del lector, según su sensibilidad e intelecto. Muchos no han podido descubrir su hechizo, no han podido pasar de sus frases iniciales como quizá les habrá sucedido con el Ulises de Joyce o Paradiso de Lezama Lima.
Cortázar explicó bastante los mecanismos que impulsaron a gestar la novela, no para justificarla, sino porque muchos de sus lectores descubrieron nuevos hilos en esa telaraña existencial y metafórica que es Rayuela. No sin razón Cortázar aseguró: "Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que en vivir y escribir nunca admití una clara diferencia".
ARTE Y LITERATURA
Isaías Peña Gutiérrez , Colombia
De poesía
Canto continuo , antología de once libros publicados por David Mejía Velilla (1935-2004) entre 1964 y 1985, impreso en San José de Costa Rica, con una página de presentación del también poeta colombiano, ya desparecido, Jorge Rojas; Cartas de guerra, de Lyerka Bonnano, editado por la Universidad de Carabobo, Venezuela; Luna de locos , No. 14, dirige Giovanny Gómez, Universidad Tecnológica de Pereira, con una selección de poetas colombianos, entre ellos Mauricio Contreras, entrevista al novelista chileno Jorge Edwards, Borges y el tango por William Ospina, homenaje al poeta del sur colombiano Aurelio Arturo, textos de Enrique Vila-Matas y Javier Cercas, etc. (insomne@utp.edu.co); Poesía , No. 141, Universidad de Carabobo, Venezuela, con una excelente muestra de poesía brasilera, hecha por Floriano Martins ( poesia130@hotmail.com ).
ARTE Y LITERATURA
Isaías Peña Gutiérrez , Colombia
Luis Vidales
Nació en 1904 y murió en 1990. Publicó su libro de poesía Suenan timbres en 1926 y con él se colocó a la vanguardia de la poesía colombiana. Otros libros suyos fueron La obreríada, El libro de los fantasmas, Poemas del abominable hombre del barrio de Las Nieves. Con motivo de los 80 años de la aparición de Suenan timbres, la Universidad Externado de Colombia editó en Bogotá una selección de poemas preparada por el poeta Juan Manuel Roca, Antología poética. Excelente.
Santiago Roncagliolo
"Siempre quise escribir un thriller, es decir, un policial sangriento con asesinos en serie y crímenes monstruosos. Y encontré los elementos necesarios en la historia de mi país: una zona de guerra, una celebración de la muerte como la Semana Santa, una ciudad poblada de fantasmas. ¿Se puede pedir más?", dice Santiago Roncagliolo de su novela Abril rojo, premio de novela Alfaguara 2006. Un volumen de 328 páginas, escritas con valor y arte acerca de las historias secretas del Perú.