NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XXXVI
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XXXVI
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
AMOR
Sucedió. Desperté junto a Amelia. Sí, porque de veras intenté "poner de mi parte". Primera mujer con la que amanezco en más de una década. Amelia, valquiria sobre mí; frágil Pegaso de espuma y harina que soy. ¡Así, así, Amelia! Me cansa menos y el disfrute es superior. Murmura: Me has convocado y aquí estoy para ti. El terror se me enreda en las arterias: ¿Cuándo te convoqué? Jamás te había visto antes. Intenta recordar; esfuerza en algo tu desidiosa memoria, grita la mirada inflexible.
Amelia carga poco más de treinta años, pero durante el coito su rostro cambia de velos con premura cegadora. Milagrosa píldora eréctil; pude desempeñar con éxito mi cometido en estos tiempos en que no se me paran ni las cejas, aunque cohabitar se convierte una vez más en penumbroso prospecto de lotería. Desperté junto a Amelia. Ahí yace, mansamente dormida; yo a su lado mirando los jeroglíficos en la capilla que anuncian el derrumbe, sin saber cuándo y cómo levantarme en pos de mi acogedora habitación a escasos pasos de esa puerta. Qué enredo si esta mujer quedara embarazada. Un engendro producto de un bipolar y una esquizofrénica. No le valió ocultarlo misteriosamente. Lo adiviné enseguida: Amelia es esquizofrénica. No se requiere estar diplomado en el rebuscado estudio de los trastornos mentales para saberlo.
Antes de yacer me dijo: Permíteme asearme primero, y, bajo pretextos de sofocación -quién sabe cuál ya que la frialdad del aire acondicionado estaba a punto de soltar los pulmones-, se dio una ducha completamente vestida, se sentó por diez minutos chorreando en trance sobre una esquina de la cama, y sin aviso, se desnudó, extendiendo su cuerpo salpicado de gotas, cosmonautas en superficie coralina, sobre la estrechez mullida musitando no sé qué de "cuidado con los ruidos; hay micrófonos en la habitación." Yo con los radares espaciales, Amelia con los micrófonos. Pero sé que estoy jodido y que mi paranoia puede ser un truco de la mente; su personalidad está más fraccionada que la mía. Logró engancharme sin licor o baratas seducciones. Atmósfera, empatía, afecto.
Desperté junto a Amelia. Apeló a todo menos a lo subyacente y, por ende, más importante: el sexo. ¿Qué vendrá a partir de ahora? Julia me ha repetido "cariñosamente" que soy cobarde por mi incapacidad de compromiso en las relaciones. Quizás sea cierto; la enfermedad es pretexto idóneo para escapar ileso de los apegos. En fin, Julia sabe acerca de tales complicaciones; eso infiero de su constante práctica, puesto que ha tenido más amantes que aniversarios. Mi pobre hermana es una romántica sexual-Esta vez sí he encontrado el hombre de mi vida, acostumbra pregonar-, cuya ingenuidad gana los linderos de la desnutrida paciencia. ¿Qué pasará? Los perplejos dedos recorren el cielorraso en desenfocados salmos asegurando que se asienta en el astronómico torreón de mi nariz. Sí, panean, claveteándolos lo mejor posible, objetos cuyos relieves se derriten cóncavos, aflictivos por la certeza de separación. Desperté junto a Amelia. La veo y reveo en lo que me levanto a la defensiva, despacioso en temor, o desnudez, repito, mientras sigue volteada a semejanza de un buque en croquis de naufragio; tejado de cabello deshilachado en fronteras peligrosas, la olivácea magma de su empaque contagiando nuestras tretas en colchón asesinadas, alentando con turístico descaro próximas venturas. Me visto con precisión de maniatado orfebre, sostengo los zapatos sobre el abismo sin espumas bajo la cintura, me deslizo flotante, cruje la puerta y Amelia, trasatlántico potente, endereza proa hacia esa almohada de roscas satisfecha en su roble, cierro cuidadoso con la visión del elástico cuerpo, o última ensenada. Pero antes, un relámpago indica la ventana desde la que soy incapaz de percibir al hombre que avanza en la distancia sin llegar; queda un rojo del anochecer negando someter ilícitos jazmines al cónclave solar.
Recorro el pasillo sospechando que la vigilante Robinson acecha desde el portón de su experimentada fortaleza, y me apresuro hasta carenar en el departamento, tal vez depositado por arcano protector, yaciendo raudo, aún vestido, en la cama ondulatoria. Me oigo susurrarme al oído descendiendo párpados: Con los anchos vestidos que se encasqueta no aparenta ese cuerpo tan terso..., y comienzo el segundo inciso del sueño, sin dilucidar por qué existe una boca posada en la ensenada de mi oreja. Según el reloj, pasadas cuatro horas, o sea, a las ocho, se desgañita implorante el timbre telefónico. ¿Sí? ¿Por qué te fuiste sin despertarme? Froto legañosos ojos. No me deja tregua: Te iba a proponer que desayunemos; ya te extraño. Oh, no, y el cosquilleo me agarra el bajo vientre. Tengo varias cosas que hacer, Amelia; mejor lo dejamos para el mediodía, a la hora del almuerzo. La voz lejana, fuente adversa, acepta: A las doce, entonces; paso a recogerte. ¿Recogerme? Qué se cree esta muchacha, ¿qué soy uno de sus bultos? Pero antes me ha dicho con total descaro: ¿Cosas que hacer? Pero si te la pasas sin hacer nada. Así empezamos. Está resultando confianzuda la hija de putilla. Hay que saber cómo sortear a esta deliciosa lunática que ya va dejando de ser lo primero en ¿injusto? beneficio de lo segundo.
Cae el auricular, me muevo de una esquina a otra del crucigrama estratégico; el hombre acá finge duplicar su propia silueta en la ventana de bronceado gofio esférico. El asunto se complica; de hecho lo estuvo desde el inicio, pero la imbecilidad me nubló el entendimiento, pero no, no me apresuraré; me mantendré alerta. Seré prudente, paciente, sosegado, analítico, trataré una impecable postura de atención a la usanza de los que "saben" meditar. He nombrado a mi aire acondicionado Eolo, en honor al dios griego de los vientos, el que favoreció a Ulises (suena mejor que Odiseo, me aseguraba un no tan afligido amigo de la primaria) durante su viaje de regreso a Itaca; y Castor y Pólux, los gemelos, a mis fieles equipos de videos. Las presentes disquisiciones me han recordado que Amelia ya está aquí. Tan sólo segundos para dar unos cuantos pasos, atravesar el dintel y presentarse, pero ¿por qué se me hace tan abrumador el visitarla? Te gusta mucho la lectura, ¿verdad? Sí, Amelia, bastante.
Permanece parada, en su largo vestido color crema de una pieza y coquetos mocasines, ante el librero que husmea con atención de venadillo y el escritorio próximo con volúmenes de la biblioteca, mientras casi recita para sí: La leyenda áurea, de Jacobo de Vorágine; Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo. No sabía que te interesaba el estudio de los santos. No me interesa; sólo curiosidad, respondo. Alucinantes hagiografías. Empiezo a rasurarme. Su voz me distrae: Diccionario de las herejías, del abate Pluquet, y Agustinus, de Cornelio Jansen. Parece muy complicado, exclama hojeando uno de los libracos. Asomo la mitad del enjabonado rostro: Lo es; mientras más leo menos comprendo, y deslizo la cuchilla desechable sobre no recuerdo cuál mejilla. Para mí, y hace una pausa finalizada cuando la tapa de libro entre sus dedos ruidosa se desploma; la única religión es el amor. No puedo esta más de acuerdo contigo, afirmo untándome colonia, mientras creo: Ahora sí nos jodimos. Un destello almacenado para la ternura se trueca en maniobra de carnalidad.
Doctor, a veces tengo la impresión de estar atrapado en un amasijo arquitectónico. ¿Permaneces en calidad de espectador? Sí y no, pues entro y salgo... pero no sé cuándo entro y cuándo salgo. Sobre la lectura, ¿cree usted que debo insistir? No, eso sería castigarte. Sí, porque a veces caigo en el delirio, doc. Mejor deja el intelecto tranquilo y enfócate en aspectos prácticos más acordes con tus prioridades. No te empeñes por ahora en leer libros complicados; trata las revistas, por ejemplo. Ligerezas, o ver deportes en televisión. Doctor, aborrezco el deporte y las revistas de farándula. Bueno, pero la mejor alternativa, y no me cansaré de insistir, es desocupar la mente con dinamismo y actividad física: trata de caminar, ir a la playa. Recuerda: actividad contra la depresión. Me tiene seco con lo de la actividad física; este viejo debió ser deportista premiado estando en la universidad. No le conté sobre mi enredo con Amelia; los especialistas no son confiables. Para ellos soy un expediente más. Ni pensar en ir a nadar. Junto al lote de parqueo de la playa, tras la autopista lejana, recién han construido un restaurante de mariscos rematado por un extenso puente desde el que docenas se dedican a pescar, incluso utilizando cebo comprado en el lugar… Inevitable: llegaron tiburones que en su temeridad se han atrevido a profanar las orillas.
Una familia de bañistas quedó rodeada, con el agua poco más abajo de las cinturas adultas, y dos niños suspendidos de los padres, por media docena de escualos hasta que un equipo de expertos pudo sacarlos dificultosamente pero sin contratiempos. La gente no entiende; cuánto imbécil desoye que si cualquier animal encuentra comida en un paraje su presencia ahí se hace recurrente. Asocian humano con alimento. Lo jodido es que los tiburones, a causa de alguna inesperada mutación, puedan salir con patas del agua y arrasar con todo lo que encuentren en el camino. Vaya combate sería…La pequeña gacela, atenta a la madre, aterrada enturbia ojos a merced de los leones, mientras su indecisa protectora voltea grupas y escapa junto a la manada en pos de la llanura libre. Salta de una vez sin detenerse: debe salvarse. No rencores en el foso de batallas fieras… El doctor se repite, o tal vez no le dejo opciones. Me ha dicho que planea retirarse a finales de años, es decir, en pocos meses. Realmente no siento mejoría con psicoterapia alguna; prefiero estar drogado con medicamentos. La ayuda incide más en lo placentero de su personalidad que en el propósito en sí de la terapia. Ahí tienes, ¿qué más pides?
Con una conversación grata, ciencia y paciente quedan bien servidos. No vengas con semejante consuelo. Pues estamos mal. Ah, ¿tú también? Sí, yo también. ¡Lo sabía, lo sabía! En la sonrisa de Amelia hacia todos los que la rodean percibo la sorna de Gioconda a Leonardo, y en el abismo creo descubrir que la sorna es lo más parecido al desprecio. Algo inquietante se agita en ella; tal vez un patológico rechazo a ser decepcionada. Eso debe ser: la decepción, origen de la tristeza para aquéllos más sensibles. Creo que su temperamento la abocaría a situaciones radicales, pero lo estoy descubriendo demasiado tarde. Ordenando libros de filosofía en mi estante. Me veo hojeando Las pasiones del alma, de René Descartes, uno de los filósofos más confusos por sus implicaciones matemáticas, además de pomposamente virtuoso.
Entra en escena una chica de ojos etruscos, cabello ondulatorio, manos de vendimia. ¡Es Amelia! Yo apareciendo por el otro extremo del foro. No, no. Mejor en tiempo pasado: Acontecidos un par de intensos coitos me imploró, enfebrecida hasta desvariar, que la embistiera por la vía contraria, lo que hice idiotizado durante un rato. Al sobrevenir la conclusión me derrumbé sobre su espalda; partió de mí desplegando brazos, sacerdotisa jeroglífica o deidad fatal, asegurando más hierática que extasiada: Desde ahora soy tuya en cuerpo y alma. Enfrenté desconcertado mis ojos que huyeron hacia el sofá arrugado por renovados forcejeos, soporté cuadros en bajorrelieves, pernocté en paredes conducentes a la habitación mental; nos vi bellísimos; ah, caídos contra el grito antediluviano de la gutural alfombra. Somos el nuevo origen de la especie, mi adorada Amelia. Armados con nuestra locura podemos unir fuerzas y recomenzar el desastre una vez más. Tal vez la última; y que sobrevenga entonces la devastación, el final de la cadena. Qué sugerente frase: ¡Soy tuya en cuerpo y alma! Descartes decía que el alma se aloja en la glándula pineal; pero mintió; la atávica sabiduría femenina ha derrotado al genio con axioma urgente: ¡El alma está en el culo!
Continúa en el próximo número de la revista.
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Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fechade Publicación: 01-21-2013
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Jesús I. Callejas(La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).
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