NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XXXI
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XXXI
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
EL PADRE
Un hombre sin hijos es como un árbol sin frutos. Altisonante afirmación de mi padre. Papá era cordial, bonachón; aunque nada tonto, pues tenía un sólido bagaje en los trances de la supervivencia. Me gustaba hablar con él y escuchar, cuando estábamos a solas, lo que a nadie le comentaba (o eso decía): Cuando abordes a una mujer tienes que mantenerla entretenida, hablar sin darle tregua. Después se encargan de hablar de sobra por ellas y por uno mismo, pero al comienzo es como te digo. Un tipo vacilante está perdido, lo consideran un idiota.
Papá, me temo que he sido siempre un idiota. Por eso, hijo, y la nariz se estiraba entusiasmada; habla boberías, pero habla, habla. Recuerda que un antipático no encuentra puerta abierta. Lo sé, lo sé, viejo… Pero me remito a Stendhal en La cartuja de Parma: “…demasiado fuego para las almas prosaicas.” Seguía yo con mis bobadas, mientras repetía él: Basándome en la modesta experiencia te digo que menos tu madre, que es una santa, el resto de las mujeres son todas unas putas. ¿Qué de tu madre y mis hermanas? Ah, santas también, por supuesto; eso va por descontado.
Movía la cabeza con sus cabellos laterales -los únicos- en suave reconvención. Más con ánimo de infantil provocación que de censura, yo insistía: Es una postura ofensivamente machista. No la comparto. Y lo sigo considerando así aunque esté muerto; ¿cómo es posible que mi padre, un hombre gentil, opinara algo tan denigrante y barriobajero? A ver, papá; creo que hay de todo en cada categoría. Se escogía condescendiente cambiando el tópico: ¿Crees que vas a poder mantenerte aislado del mundo? El romanticismo suena bien en las novelas…
Y esas pastillas que consumes son adictivas, te lo advierto; no me gustaría verte convertido en un zombi. Además, hay que tener en cuenta los efectos secundarios que pueden ser severos; vigila tu hígado. Yo sigo acostumbrado a la farmacopea tradicional. Por suerte me retiré hace años. La medicina actual da asco; es un negocio vergonzoso. En fin, cuídate. Trataré.
Nunca me habías hablado así. No se lo menciones a tu madre, de lo contrario querría supervisar cada línea de lo que te digo. Sabes que le sigo la corriente, porque discutir con ella puede hacerse interminable. El hombre feliz vive sin tormentos. Mi padre era un hombre feliz. Pasada una semana cayó con la cabeza reventada en el suelo del baño. Esa fue su despedida. Y las pastillas no me harán mucho más zombi aunque me destrocen el hígado. Recuerdo las palabras de Julia: Pobre papá. Hace días estoy atento a los floretes. No me hablen de legados; todo el rimbombante conocimiento y logros humanos están en la cuerda floja desde el inicio.
A los descendientes se les transmite más dolores de cabeza que panaceas. Anoche pesadillas; lo peor: una presencia en la habitación entre vigilia y sueño; ¿la fase de alucinaciones que le comenté al doctor? La presencia femenina sentada en la esquina de la cama pasea su delicada mano a lo largo de mi costado derecho. Con ojos abiertos; sin vacilar palpé un torso disipado enseguida. Frialdad en el sitio; encendí la lámpara, comprobé la parte revuelta, hundida. ¿Alguno de los elementales; tal vez una sílfide, emisaria del aire; una ninfa, representante acuática? ¿Mi engañosa mente?
Dormí más de la cuenta. Permanecí mirando hacia el techo hora tras hora de tictac robusto. Tras lavar rostro y dentadura con insistencia me encaminé a la limpia cocina donde el desayuno se prolongó, se prolongó, se prolongó. Me paso el día en shorts o en pelotas, pues la temperatura sigue calurosa. El apéndice viril se me ha encogido, como el elan vital. Me siento raro cuando me visto para salir; los zapatos son cepos, pantalón y camisa las hojas de un tamal. Pesan las bolas. La camisa, de tan blanca paraliza el cuerpo completo. Frente al televisor tragando imágenes que tal vez no lo sean sino que se mueven en un diferente nivel receptivo.
Mis padres me llevaron a terapia cuando era pequeño porque hablaba poco o lo hacía solo; me mantenía alejado de todos -menos del otro-, me sentaba a buscar allende las nubes. Mis hermanos me etiquetaron, tácitamente, de medio- vaya consuelo- retardado mental, pero con los años Julia y Rosario pudieron raspar el barniz. ¿Qué justifica que un niño sea sometido a extrañas pruebas psicológicas si no sufre ataques histéricos ni ataca a otros, excepto algún síntoma menor que lo mantiene alejado? ¿Por qué nunca llevaron a terapia al primo infame que sí lo merecía por sus atrocidades? Más que por manifestaciones asumidas como agresivas el conflicto se desarrolla desde el mal funcionamiento interactivo con el resto de la horda.
A Carlos se le toleró por comunicarse (primariamente, sí, pero no importa) con el entorno familiar. La ira no es más que otra forma de comunicación, y no de las más impopulares. Aquél que permanece alejado es por gremial necesidad un anormal, un enfermo. Básica ley asumida, aceptada por obligación masiva y, se impone decirlo, por el miedo. El agresivo, vociferante, es permisible; nunca un tonto meditabundo, un autosegregado. Gracias al desconocimiento, mis benévolos mayores no hicieron más que repetir la fórmula, pero mejor ni siquiera tratar de averiguar quién o qué estableció dicha fórmula. ¿Guardas rencor hacia tus padres por ello?, indaga el terapista. En ocasiones, mi inmadurez se impone, pero no, no tengo motivos para sentir rencor hacia ellos; los quiero, pero es más bien decepción contra todo, contra la vida.
Y acepto que les he dado menos de lo que he recibido. Doctor, exijo mucho de la gente; la hipersensibilidad puede abarcar áreas enfermizas, supongo. Sin embargo, también estoy dispuesto a dar de mí, pero no al primer imbécil u oportunista que aparezca; no soy un paciente santurrón. Me escucha circunspecto. Al cerrar ahora mismo la nevera creo tocar un mano tibia sobre el tirador de la puerta; suficiente para desencadenar otra crisis de espanto. Me había sucedido hace semanas al correr la cortina del baño y atravesar el paraguas duchoso.
Entrañables píldoras: ustedes al rescate. Evaluar si las voces que me invitan a matarme son alucinaciones o experiencias extrasensoriales: Hazlo y terminará tu sufrimiento. Esta vida es un desperdicio de apegos y calamidades. Súmate a nosotros. Aquí serás feliz. ¿Feliz dónde, hijo de la putísima concepción? Lo que digo en este momento no creo escribirlo. Mi conflicto mayor es que soy inseguro; se torna más ambiguo con la vejez. Estoy solo, sin barricadas religiosas, ni políticas, ni sociales. No tengo dónde atrincherarme, excepto los casi treinta pies de largo por veinte de ancho de la cueva departamental que abarca mi cabeza. Soy cobarde, sí, pero un cobarde valiente; cobarde armado de entusiasmo paranoico.
Nada de compromisos, es mi única bandera. Así se habla. ¡Sigue, sigue! No enarbolo valentía de carneros abusivos que se pelean por cualquier motivo, aunque careciendo de solidez en temperamento; no pretendo aplastar a los que no piensan como yo. ¡Dale, dale, que vas bien! Cállate, ni siquiera discurres si eres yo hablando contigo mismo... ¿Contigo mismo o conmigo mismo? He sido clarísimo: Yo hablando contigo mismo. Siempre a tu disposición.
Re-chequeando información sobre los medicamentos psiquiátricos y creo apreciar que el Locozepam, consumido dos veces diarias, ha dejado de provocarme un efectivo descenso de la ansiedad. Le pediré al doctor que me recete Locax (o en su defecto, el genérico Parasolar), muy útil, además, para combatir ansiedad y pánico. Averiguar cuál sería mejor para intento de suicidio. Ten cuidado; si falla quedas contrahecho. No es para mí, sino para unas amistades… La enfermera de perfil oblicuo es una hipócrita incapaz de mantener cerrado el buzón que le cuelga por boca: Este pobre hombre está de atar.
Continúa en el próximo número de la revista.
Capítulos anteriores:
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Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
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Capítulo XXVIII en: http://revista.escaner.cl/node/7939
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Capítulo XXX en: http://revista.escaner.cl/node/7972
Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013
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Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).
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