Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Perfiles Culturales

 

Enrique Gómez Carrillo (1873-1927), cronista de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

 

Rodrigo Quesada Monge1

 

I

Entre los pocos escritores latinoamericanos que escribieron y reflexionaron sobre la Primera Guerra Mundial, se encuentran autores como Rubén Darío, Jorge Luis Borges, José Carlos Mariátegui, Octavio Paz, José Enrique Rodó y Enrique Gómez Carrillo. Sin embargo, la profundidad de las inquietudes y el horizonte de las reflexiones elaboradas por el último, rara vez fueron igualadas, no sólo en América Latina, sino también en Europa. Enrique Gómez Carrillo fue de esos escritores centroamericanos que tuvieron la suerte de vivir en Francia, España, Italia, Inglaterra y Alemania, durante la segunda parte del siglo XIX, en momentos en que los escenarios culturales, económicos, sociales y políticos estaban cambiando de manera vertiginosa en la mayor parte de estos países. Tales cambios eran el producto, entre otras razones, de transformaciones profundas en las estructuras económicas y sociales, aceleradas por impulsos tecnológicos totalmente inéditos.

II

La belle époque como la llamaban los franceses, es decir aquellos años que se ubican entre 1870 y 1914, fueron años de una gran riqueza cultural, emocional y científica, que no sólo impactaron las consciencias artísticas más sofisticadas del momento, sino también afectaron la institucionalidad política e ideológica de naciones como Francia, España, Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos. La impactaron de manera tal que Europa, en su totalidad, como abstracción cultural y como realidad geográfica, no sería la misma después de la guerra atroz que se estaba fraguando en la vida cotidiana, y en los espíritus de hombres y mujeres que jamás imaginaron la duración y devastación de un conflicto que no todos querían, aunque algunos la deseaban entrañablemente.

Aún hoy, cien años después, la Primera Guerra Mundial continúa siendo un verdadero enigma para muchos que se llaman a sí mismos especialistas en estos temas. La cantidad de libros, documentos, archivos y rastros arqueológicos que emergen cada año, no sólo sobre el conflicto militar, sino también acerca de su impacto económico, social y político en la sociedad contemporánea, es ingente y abrumadora; y no existe en el presente una sola persona, investigador o experto que pueda atribuirse el manejo absoluto y cabal de toda esa masa documental. Por eso se ha optado por la formación de equipos multidisciplinarios y multinacionales, con el afán de cubrir todas las aristas posibles de una guerra que no dejó un solo aspecto de la vida humana sin rozar.

 

III

No obstante, a pesar de toda esa apabullante marea de información que nos llega casi sin cesar todos los años, hay escritores y analistas a los que volvemos constantemente. Uno de ellos es precisamente el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-1921), del que mucho se habla en América Central, pero del que poco se ha leído con seriedad y detalle. Estas últimas carencias pueden ser atribuibles al mito que se ha construido en torno a su personalidad y sus simpatías por el dictador Estrada Cabrera, lo que ha afectado seriamente la valoración cierta de sus trabajos, reunidos en veintisiete volúmenes por una editorial española, durante los años cincuenta del siglo anterior.

Por aquellos años corría el buen decir de que nadie conocía al París nocturno mejor que Gómez Carrillo. Su casa era una parada ineludible para todos los latinoamericanos que llegaban por Europa, en un período en el que las emociones se encontraban a flor de piel, pues era un secreto a voces que en la atmósfera se respiraba un aire de guerra, que nadie podía escamotear. Pero Gómez Carrillo no fue solo el intelectual y el diplomático oficioso que atendía a sus amigos y visitantes, con el esmero propios de un hombre de mundo, sino que también fue el informante detallista y minucioso de los quehaceres que competían a un escritor, un músico, un poeta o un pintor que visitara por primera vez la deslumbrante capital de Francia.

Enrique Gómez Carrillo fue amigo íntimo de artistas como Rubén Darío y José Marí Vargas Vila, una clase de amistad que no se limitó al conocimiento bohemio y resonante del París de finales del siglo diecinueve, sino que también supuso el establecimiento de contactos diplomáticos, la inmersión en el mundo periodístico y también académico y artístico de una ciudad que, en aquel momento, todos consideraban como la capital cultural de un siglo burgués, que había escogido la bohemia, la neurosis y el nacionalismo como algunos de los síntomas que lo definirían por mucho tiempo.

Pero Enrique Gómez Carrillo, a diferencia de algunos de los otros autores mencionados, fue un cronista de la Europa de la época. Los ensayos de Rodó, por ejemplo, destilan humanismo, solidaridad e inquietud frente a la pasmosa irracionalidad de la guerra. Los trabajos, artículos, ensayos y crónicas de Gómez Carrillo buscaron algo que resulta ser muy difícil de encontrar: la más perfecta y lúcida aproximación posible del momento que estaba viviendo. Por eso, varias de sus crónicas tienen ese sabor inigualable del que es testigo presencial de algo irrecuperable. Eso le sucede, precisamente, cuando escribe sobre la revolución rusa. Sus crónicas de un acontecimiento tan decisivo como la Revolución Bolchevique, tienen el gusto, el talante y la delicadeza de quien sabe que, antes que testimoniar lo vivido, hay que transmitir los silencios, lo inaprensible, aquello que la gente siente, piensa y oculta, como si en ello les fuera la vida.

 

IV

Los cuatro volúmenes de crónicas que Enrique Gómez Carrillo nos dejara sobre la historia de la Primera Guerra Mundial pueden ser hoy un valioso testimonio de la forma en que un dictaminador extraño, foráneo, pudo haber visualizado dicho proceso. Como corresponsal de guerra del periódico español El liberal, y por invitación expresa del Primer Ministro Francés Delcassé, Gómez Carrillo tuvo la oportunidad de visitar el frente en 1914, cuando la guerra empezaba y las tropas alemanas intentaban tomar París, provocando una destrucción y muerte escalofriantes en Bélgica y las ciudades francesas que se encontraban en el camino. De acuerdo con el plan alemán, formulado desde 1905, para conquistar París, era necesario atravesar Bélgica; pero el problema es que los germanos nunca imaginaron que iban a encontrar una resistencia tan furibunda de parte de los belgas.

Gómez Carrillo, profundamente enamorado de la cultura francesa, a la que le debía tanto, no solo sus desvaríos diplomáticos, sino también una carrera literaria y periodística, llegó a convertirse en España, particularmente, en el cronista principal de la guerra. Sus crónicas tomaron el lugar del teletipo frío y escueto, para transformarse en la narración más acabada no solo de lo presenciado, sino de lo transmitido, de lo escuchado y de lo contado por aquellos que vivieron en las trincheras, los parapetos, la ciudades arrasadas, y los hospitales, el aspecto más tenebroso de uno de los mayores conflictos militares del siglo veinte.

 

V

Como poeta, y por tanto romántico, Gómez Carrillo solía evocar el pasado de cada región que visitaba. Los polos de su emoción de poeta eran el paisaje natural y el paisaje de ensueño entrevisto a través de las historias y los monumentos. En Nancy hay tanta belleza, tanta grandeza y tanta prosperidad, que la pluma en su presura por contarlo todo, saltaba sobre los signos de puntuación. Ganoso de hacer su elogio, no se cuidaba de no aburrir con los detalles. En su cuarto del Gran Hotel, contemplando los soberbios edificios de la época del rey Estanislao, la visión presente y la visión retrospectiva corrían por sus nervios hechos efluvios de emoción”2.

Viajero incansable, Gómez Carrillo también era portador de ese don con el cual parecen haber sido bendecidos varios escritores latinoamericanos, la capacidad de conversación, que aunada a la pluma, la sensibilidad y el talento del buen conocedor de las personas, le hicieron entrar en contacto con infinidad de hombres y mujeres muy inmersos en las esferas decisivas del poder. Aún así, se daba por ofendido si alguien lo relacionaba de manera insultante con el dictador Estrada Cabrera, a quien lo unía una vieja y productiva amistad. En ocasiones, la valoración ofensiva de esta relación, lo llevó a enfrentar duelos sangrientos en los que sus contrincantes no siempre salieron muy bien parados, debido a las habilidades que el guatemalteco tenía con la espada, la pistola y los puños.

La crónicas de la guerra habían convertido a Gómez Carrillo en personaje nacional. España toda, especialmente el pueblo lector, conocía el panorama bélico y sus hechos más trágicos y a los héroes más esclarecidos, no tanto por la información escueta de los cables como por los relatos dramáticos de sus crónicas. Los recibimientos, banquetes, veladas y despedidas que le hicieron en la Coruña y en los distritos de Ordenes, Carballo y Betanzos lindaron con la apoteosis por el entusiasmo de las multitudes y los actos organizados por las autoridades y asociaciones, en que el vino y la oratoria se mezclaron en las copas al brindar por los huéspedes ilustres”3.

 

VI

Durante los tres primeros años de la guerra, Gómez Carrillo atravesó de lado a lado el frente occidental, entrevistó a políticos, diplomáticos, militares, obreros, enfermeras y líderes sindicales, para tener una visión lo más aproximada posible del verdadero acontecer, no solo de los eventos militares, sino también para describir y contar lo que estaba sucediendo en el corazón de las personas que estaban experimentando el dolor y el sufrimiento de manera directa. Muchas de sus crónicas y juicios periodísticos lo metieron en problemas con celebridades españolas, como el reconocido escritor Pío Baroja, más que nada por su acendrada francofilia, que por la ligereza de algunas de sus afirmaciones en contra de los alemanes.

Pero las crónicas de la Primera Guerra Mundial escritas por Enrique Gómez Carrillo tenían ese toque humano y existencial irrepetible en escritos similares, que no solo lo volvieron célebre y apreciado intelectualmente en Europa, sino también en América Latina y los Estados Unidos. La capacidad para detenerse en el detalle, su talento para describir sentimientos, dudas e ideas ajenas en condiciones de presión y de crisis, hacen que Gómez Carrillo haya pasado a la historia literaria con honores y buen talante. Son memorables, para terminar, sus voluptuosas narraciones sobre la vida cotidiana de los pueblos franceses sometidos al perenne bombardeo de los alemanes. Serán historias que se repetirán un par de décadas después.

Esperan para ser reeditadas, obras como En las trincheras, Crónica de la guerra, Campos de batalla y campos de ruinas, La Rusia Actual y otras que, junto a novelas, poemas, cartas, cuentos y narraciones cortas, configuran una obra que ennoblece la tradición modernista iniciada por escritores como José Martí, Rubén Darío y Vargas Vila.

 

1 Rodrigo Quesada Monge (1952) Catedrático Jubilado de la UNA-Heredia, Costa Rica.

2 Edelberto Torres Espinoza. Enrique Gómez Carrillo, el cronista errante (Guatemala: F. y G. Editores. 2007). P. 316.

3 Ibídem. P. 326.


Imagen del archivo público

 

Escáner Cultural nº: 
171

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