Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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 VIAJE SENCILLO A LO COMPLICADO

 

Carlos Yusti

Un hombre ciego se despedía de su amigo, el cual le dio una lámpara. El ciego dijo:

- Yo no preciso de la lámpara, pues para mí no hay diferencia entre claridad u oscuridad.

–Cierto – dijo su amigo-, pero si no la llevas tal vez otras personas tropiecen contigo.

- De acuerdo – dijo el ciego. Tras caminar un rato en la oscuridad, el ciego tropezó con alguien.

- ¡Ahhhh! – gritó el ciego.

- ¡Ay! – gritó el otro

- ¿Es que no has visto la lámpara? – dijo enojado el ciego.

- ¡Amigo! Tu lámpara está apagada – dijo el otro.

(Cuento de la tradición Zen)

Siempre me sorprendió ( y al mismo tiempo me producía una extraña gracia nerviosa) que Jorge Luis Borges se desempeñara como un agrisado bibliotecario al tiempo que escribía sus decantadas ficciones, sus ensayos como finos mecanismos de relojería lectora y esos poemas pulimentados con la piedra pómez de lo erudito.

Para sus compañeros bibliotecarios,  algunos paracaidistas y otros especie de fichas militantes del gobierno de turno que no iban nunca, no les interesaban los libros y para ellos eran objetos inútiles que acumulaban polvo, jamás repararon en Borges. Aunque en cierta oportunidad un colega suyo se sorprendió cuando por azar encontró su nombre en una enciclopedia. Borges refiere así el incidente en una entrevista: “…un día uno de ellos, al ver mi nombre en una enciclopedia me dijo: ‘Mire, aquí hay un Borges, Jorge Luis. ¡Que coincidencia! El mismo nombre, también de Buenos Aires y casi la misma edad’. Le dije que también esas cosas sucedían y que no eran tan extrañas, pero él nunca reparó que ése fuese yo. Ese empleado que el veía todos los días no podía ser ese escritor, parte infinitesimal de una enciclopedia (…) Y ganaba 240 pesos mensuales en un empleo subalterno”.

Rodrigo Fresán ha escrito que los escritores llevan, por lo menos, cuatro vidas: la vida privada, la vida pública, la vida de los libros que escriben y la vida de los libros que leen.  A veces armonizar estas vidas paralelas es complicada y son muchos los escritores que descienden a los abismos, otros se convierten en personajes inusuales e inverosímiles; los hay también que se creen los justicieros por los pueblos oprimidos y están esos que se pavonean como divas mediáticas o mises por la pasarela de las ferias de libros.

Quizá muchos escritores comienzan como lectores. Dos buenos lectores, aparte de Borges, que recuerde uno pertenece a la ficción literaria y el otro es real. El primero es Don Quijote, gran lector, pero que nunca pudo sentarse a escribir por falta de tiempo. Además se armó caballero andante para vivir su propia novela y lo hizo con bastante tino. El otro exquisito gran lector es Giuseppe Tomasi di Lampedusa. De cuna principesca cultivó con fruición la lectura, pero un buen día decidió probar suerte con la escritura. De su esfuerzo creativo surgió una verdadera joya literaria, la novela El Gatopardo. Quiso publicarla, pero los pocos editores que le dieron un vistazo al manuscrito lo rechazaron, no fueron capaces de ver la grandeza de filigrana de una novela sin tiempo. Lampedusa murió inédito. Muchos años después se publicaría la novela descubriendo para otros lectores su indiscutible genio.

Aunque algunos excelentes lectores no tienen el genio necesario se aventuran a escribir de lo que conocen: los libros leídos. De eso escribirán con más trucos que talento. No sin ironía Alberto Manguel ha escrito que hay un género literario que consiste por lo esencial en informes de lectura y remata con una banderilla irónica: “…hoy en día en las que novicios lectores de Proust y Montaigne cuentan al mundo sus epifanías, los practicantes de este género intentan exponer, en carne propia por así decirlo, qué cosa es el hecho literario”.  

No obstante el susodicho “hecho literario” tiene sus modulaciones de un lector a otro, posee distintos registros de un escritor a otro. La propia experiencia lectora de Manguel ha tenido sus procesos respectivos e incluso ha sido una especie de lector profesional para algunas editoriales y la mayoría de sus libros son informes de sus lecturas. También ha escrito algunas novelas, pero uno como lector prefiere sus libros de ensayos en los que refleja sus vivencias como lector, sus epifanías que constantemente cruzan los espejos. Incluso el mismo Manguel lo ha registrado con exactitud: “Al unir las palabras a la experiencia y la experiencia a las palabras, nosotros, los lectores, escudriñamos historias que hacen eco de nuestras experiencias o nos preparan para ellas, o nos cuentan experiencias que nunca serán nuestras, como bien sabemos, salvo en las páginas ardientes. En consecuencia, lo que creemos que es un libro cambia de forma con cada lectura. Al paso de los años, mi experiencia, mis gustos, mis prejuicios han cambiado: al paso de los días, mi memoria sigue reacomodando, catalogando, desechando los tomos de mi biblioteca;…”

Convertirse en autor es salir de esa mullida comodidad de lector para emprender un viaje sencillo hacia la complicada construcción de la escritura haciendo malabares con la imaginación y las metáforas para acercarse un poco a eso que llaman literatura. Truman Capote enumera las tareas que se trazó para alcanzar su punto más alto como escritor y en su lista estaba el aprendizaje de la técnica, las endemoniadas complejidades de separar los párrafos, de buscar la precisión con la puntación, el empleo del diálogo y otros etcéteras. El escritor japonés Junichiro Tanizaki  escribió que lo que deseaba era resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombra que estamos disipando, que solo le gustaría ampliar el alero de ese edifico llamado “literatura”. Un poco eso hace cada escritor a su modo va agregando un ladrillo o nuevas remodelaciones a esa gran estancia de la literatura. Algunos fracasarán en dicho intento, pero otros harán su aporte como es debido y es allí donde radica el triunfo real de la escritura.

“Escribir es difícil, pero la vida lo es más”, se repite uno a cada tanto esa frase escrita por Soledad Puértolas, para continuar en ese viaje sencillo hacia el mundo complicado de las palabras; viaje que se realiza quizás a la búsqueda de una claridad (siempre esquiva) que sólo la literatura tiene. No siempre las palabras son una lámpara apagada en la oscuridad.

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