Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Polvareda
(Novela por entrega)
IV

 

Por Rocío Casas Bulnes

“Se recomienda usar el pasado como trampolín, no como sofá.”

 

Antes que comenzaran las guerras donde los hombres se hicieron asiduos a lanzarse cráneos de sus sacrificados, habían creído ser felices por un tiempo. Descubrieron que podían intercambiar a sus hijas por frijoles, techos, bebidas y animales. Tenían en su poder un gran cúmulo de riquezas cada vez que una de ellas nacía. Esperaban a que les salieran los senos y la curva de la cintura se pronunciara pero algunas veces su paciencia no llegaba a tanto así que las casaban igual. Dicen que una vez algún gobernante empobrecido tuvo por quinta vez un hijo varón y, en vez de enorgullecerse por engendrar otro guerrero, se desesperó porque vio frustrada su ansia de riquezas. Lo vistió no muy emperifollado, le puso vestidos y collares simples, arregló su pelo en un moño. Una vez se hubo convencido de que el pequeño podía parecer una niñita le ordenó a la madre que le enseñara a cocinar, a coser, a hacer masajes y a arreglar a sus hermanos con todo el lujo del que los hombres gozaban. Al niño parecía gustarle, incluso su voz era más femenina que la de sus primas. Entonces se apuró a casarlo, antes que fuera demasiado tarde, bajo la promesa que el marido no intentaría tocarla hasta que ella creciera. El padre huyó a una ciudad lejana siendo un hombre lo suficientemente rico para satisfacer sus ambiciones, y con el tiempo se enteró de lo que le había sucedido al hijo.


El esposo del niño, muy bien engañado, lo miraba con impaciencia. Había pasado casi un año y su cuerpo no cambiaba, aunque sí había aumentado de estatura. Una noche no pudo más, le arrancó los vestidos y se encontró con un puñado de carne colgando en la entrepierna. Pensó que debía sentir furia pero en vez de eso lo inundó una tranquilidad inusitada, llenándose de amor hacia ese ser. Lo abrazó y tomó dichoso por esposa, y así ese niño fue siempre mujer. Una de las pocas mujeres felizmente casadas. Tuvo privilegios que los vecinos nunca entendieron, mas respetaron como un signo de excentricidad del marido. Su esposa tenía educación y a cada pregunta recibía una respuesta y no un puñetazo. Así fue como se enteró de la historia de sus más recientes antepasados, así comprendió porqué los hombres en su tribu sufrían decepción y agotamiento.

Resulta que años atrás un puñado de señores que ahora eran abuelos respetadísimos se fueron a cruzar el mar con el fin de encontrar grandes riquezas prometidas. Así fue como leían las señales que dictaban las leyendas. Nunca habían pasado por encima del agua y se encontraron con que esta no era calma, transparente y colorida como desde la orilla. Estaban seguros que en el camino se encontrarían con corales y conchas preciosas pero no fue así. El primer momento de terror sucedió poco después de zarpar en sus canoas. Un triángulo gris a ras del agua vino hacia ellos rápido como una flecha. Lo observaron con interés cuando éste trazó círculos alrededor de ellos. Hasta que el más joven estiró su mano queriendo tocarlo pero en vez de atraer hacia sí un arma que podía servirles como método de defensa más adelante un monstruo salió del agua con la boca abierta y le comió el brazo. Vieron que tenía varias hileras de colmillos, y todos creyeron estar dentro de una pesadilla pero por más que intentaron despertar seguían ahí, frente a ese pez gigante que no se iba. Intentaron remar con fuerza pero él era mucho más rápido. Parecía reírse cada vez que mostraba la cara. Los dejó huir por unos minutos, pareció desaparecer y justo cuando comenzaron a tranquilizarse surgió por delante dando un salto mortal. Vieron entonces el cuerpo de ese demonio, mucho más grande que sus propias canoas, y los hombres más valientes desmayaron de terror. Se fue directo hacia ellos y los golpeó con la nariz, logrando voltearlos a todos. Una vez en el agua devoró a la mayoría, mas no por completo. Dejó pedazos de manos y piernas flotando en el agua, abandonando vivos a unos cuantos que intentaban mantenerse a flote entre pedazos de cadáveres desmembrados. No hizo el más ligero ruido, jamás rugió ni chasqueó al masticar los huesos. Se fue tan silencioso como llegó, como una flecha de piedra, dejando tras de sí un rastro de sangre.


Siguieron su camino los pocos que quedaron. Ya no iban tan confiados como cuando salieron aunque nadie dijo una sola palabra de miedo por considerarlo mala suerte. Las tormentas mar adentro no fueron nada en comparación al tiburón. Sólo agua enfurecida, un elemento al cual conocían muy bien cuando venían tormentas y los ríos se desbordaban arrasando con pueblos enteros. Llegaron por fin a una tierra. Creyendo que era su destino desembarcaron pero no había ahí nada mas que gente desnuda que los recibió de muy mala gana, escondiéndose entre la selva en cuanto los vieron a lo lejos y robándoles las pocas plumas y piedras que les quedaban mientras dormían. Los buscaron hasta cansarse, para cobrar venganza, pero no hubo caso y se fueron de ahí más pobres que nunca. Decidieron que esos seres rateros eran de seguro espíritus que se disuelven con el viento. Siguió su camino por el mar, mas ya no estaban tan seguros de lo que hacían, e incluso habían olvidado el motivo de su partida. Extrañaban a las mujeres, tenían hambre, frío, el agua salada los embrutecía produciéndoles visiones espantosas con pieles de animales que se alejan al tratar de alcanzarlas. Luego de meses sin encontrar nada, comiendo raíces de las pocas islas desiertas con las que se cruzaron, los dos restantes acordaron volver, y entonces les gritaban a sus abuelos para que les ayudaran en su regreso a casa.


Casi no hubo necesidad de remar. Las corrientes marinas los fueron llevando y como estaban tan cansados se entregaron a ellas. En el viaje escuchaban voces que los tranquilizaban, hablando un idioma desconocido, y ellos gozaron de esas dulces alucinaciones. Así fue como una mañana llegaron a orillas de sus tierras. Todas las familias salieron alborotadas a recibirlos, miraban a lo lejos buscando el resto de las canoas y los hombres en ellas. Los padres lloraron a sus hijos tirándose los pelos. Las esposas jóvenes hicieron sus maletas para volver a casarse, sabiendo que si tenían suerte les tocaría uno mejor, mientras las viejas se alegraban en silencio de su libertad compartida. Luego de vestirlos y alimentarlos les preguntaron dónde estaban las riquezas pero éstos ya no sabían de nada. Sólo pedían que les dieran unas horas de sueño.


Durmieron y al despertar, súbitamente les vino a la memoria el porqué de su partida. Habían salido tan confiados a conquistar tierras, a hacerse dioses. Ahora caían en cuenta que el viaje había sido una gran pérdida de tiempo. Cómo fue que sucedió esto, se preguntaban, qué araña venenosa nos picó para convencernos de algo tan descabellado. Quizás comimos una de esas plantas que vuelven locos a los animales y a los hombres también, decía uno. Tal vez fuimos poseídos por algún enemigo muerto que quiso llevarnos a la perdición, intentaba adivinar el otro. El caso es que, junto con el resto de los hombres fuertes de su ciudad ahora muertos, habían decidido seguir los pasos de sus abuelos.
Existía una leyenda inscrita en las pinturas donde los antiguos solían poner sus historias. En rollos largos de papel estaba dibujado que un día dos ancianos se despidieron de sus familias y zarparon mar adentro para no volver más. Ya presentían su muerte y entregándose a ella les hablaron antes a los suyos. No lloren ni se lastimen, les decían, ya nos está esperando Nuestro Señor de los Venados. Ha llegado la hora. Cuando quieran encontrarnos sólo miren hacia donde sale el sol y les regalaremos una respuesta a todas sus inquietudes. Sigan ustedes su camino y verán un día el lugar de donde vinimos. Así se despidieron. Luego uno de ellos se acercó para dejar la señal de su existencia. “Éste es un recuerdo que dejo para ustedes. Éste será su poder. Yo me despido lleno de tristeza. Entonces dejó la señal de su ser, cuyo contenido era invisible, porque estaba envuelto y no podía desenvolverse; no se veía la costura porque no se vio cuando lo envolvieron.”


Los abuelos habían muerto sin ser enterrados por sus hijos y mujeres porque no se supo dónde iban a parar sus cuerpos y el mar jamás devolvió restos de ellos. Quedó, eso sí, el envoltorio que pronto se convirtió en el objeto sagrado más querido de todos. Estaba encima de una montaña, rodeado de piedras, y salvo por el mito que lo envolvía nada en él dejaba traslucir alguna magia. El niño vestido de mujer escuchó esta historia en boca de su esposo y no pudo sacársela nunca de la cabeza. Veía a su alrededor y notaba cómo su pueblo iba dejando pasar los días viviendo en el constante servilismo, rindiendo tributo a los más fuertes e intercambiando mujeres por cualquier tipo de riqueza. Se sintió atormentado e iba seguido a esa montaña para observar durante horas el envoltorio y no encontraba respuesta alguna. De noche hablaba en idiomas que no conocía y cuando se despertaba seguía escuchando esas conversaciones en su cabeza sin entenderlas. Sentía fascinación por esa tela blanca envolviendo quién sabe qué cosa, quiso con todas sus fuerzas descifrarla. No pudo encontrar mas que silencio.


Así cuenta un códice que luego fue incendiado por lo que ya no es posible comprobarlo. Dicen que quien dibujó esos signos tenía una mano demasiado delicada, incluso femenina, lo cual era extraño considerando que las mujeres no participaban de tales labores. Allí se decía que el pasado es como un envoltorio que no contiene nada a visible dentro, y del cual las costuras son borrosas porque ha sido bordado por muchas manos en tiempos distintos. Sin embargo su contenido es tan poderoso que puede obsesionar a cualquiera. El truco está en no querer descifrarlo ni interpretarlo, sino tan sólo aceptar que lleguen esas voces desconocidas, en el momento que ellas quieran, para decirnos algo que no entenderemos mas nos llenará de sentido. Se trata de un bulto que por fuera es como cualquier otro. Muchos pasarán frente a él sin percibir nada, otros decidirán que adorarlo es una pérdida de tiempo. El que intente volver a experimentar las glorias de antes será devorado por el monstruo que lleva dentro, y sólo encontrará miseria y decepción. Quien se acerque a mirarlo será arropado por él.


… CONTINUARÁ …

Septiembre / 2012



Rocío Casas Bulnes (1984-), escritora e investigadora que ha centrado su trabajo en el estudio de las diferentes manifestaciones artísticas. De padre mexicano y madre chilena, nació en San Diego y vivió durante su infancia y adolescencia en Estados Unidos, España, Chile, Portugal, México y Francia. Fue alfabetizadora para adultos en comunidades campesinas mexicanas. Luego de pasearse por la Historia del Arte y el Teatro, hizo un diplomado en Estudios de Arte y se tituló de Literatura Creativa obteniendo la distinción máxima. Publica ensayos, artículos, entrevistas y narrativa para medios tanto periodísticos como especializados. Sus trabajos pueden encontrarse en publicaciones dentro de Latinoamérica y Europa. Ha sido traducida al inglés y al rumano, y fue incluida en la segunda antología de Contemporary Literary Horizon. Próximamente se publicará su libro El hombre de siempre. Vive y trabaja en Santiago de Chile.

http://www.rociocasasbulnes.blogspot.com

 

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