ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS
ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS
Raúl Hernández
A partir de este libro de Susan Sontag (Alfaguara, 2003) que analiza la fotografía de guerra en sus distintas etapas en la historia, como una sucesión de hechos que vinculan el acontecer funesto en la mantención de imágenes a la posteridad, como el desquite contra el enceguecido contar y los entreveros de una sociedad molida por el disparo enceguecedor de la ruptura, podemos observar, de pronto, en nuestro suceder cotidiano y en las personas que habitan esta ciudad, un dolor que no queríamos ver y que se esparce, como si fueran amebas lunáticas. Plantas en el patio trasero de la vida. Sucede que nos vamos poniendo desprolijos, habitantes dolientes y las ventanas apoyan este traslucido deseo.
¿Por qué vamos cayendo al pozo ciego? Qué pasa que este acaecer diario, toda esta “productividad”, es la destreza del que cae por la escalera, el fatal descenso de las piedras en el cerro. Qué pasa cuando me dices que esto es una techumbre que resbala, y que el amor no existe, quizás. La esperanza va siendo una fogata a lo lejos en el corazón. El por qué de esta guerra interna con el porvenir, es una pregunta lanzada al despeñadero.
Esta sociedad capital, siempre lejana de los pueblos del país, sabe muy bien maltratar a sus ciudadanos con fatales observaciones de marketing televisivo y de prensa. Cada una de las fotografías que bien podrían ser las que habla Virginia Woolf en su “Tres guineas “ y de la cual se adentra Susan Sontag para comenzar su libro, son sacadas de una impensada mentira avalada por ese “no darse cuenta” que siempre permite que podamos empujar al otro que espera nuestro mismo bus. El “nosotros” al cual apela Woolf, ahora toma un matiz paradigmático al no saber muy bien que es ese “nosotros”. Pues bien, ese dolor de la guerra lo traslado a ese dolor de vivir con extorsiones mentales en la vorágine de esta ciudad, en este siglo XXI, con los estados malignos y egoístas del solipsismo, del ombligismo, de la presunción de un bienestar de iglú, cuando estamos rodeados de “nosotros”.
Ahí aparece este habitante nocturno e invisible, que no comulga con la última noticia que aparece en los periódicos, ni con nada que huela a actualidad. Los sueños, son ese hombre que se disfraza de la muerte y que sale a asustar a las personas por la noche. Sirve el amor ante el dolor, claro, y para amar hay que desprenderse. El desapego también habla de cranear un atentado en contra del ego y el individualismo, de lo que yo pienso como metáfora del bienestar, que si observo esta fotografía inconclusa no la esquivo como la basura atestada del barrio. Me involucro y soy “nosotros”. Aunque nunca se pueda saber con certeza qué es un abrazo dado a las estrellas con la energía de un escritor “angurriento”, se puede llegar a alcanzar esa conciencia de la responsabilidad individual de la cual habla Dokusho Villalba en su bien trabajado libro “Zen en la plaza del mercado” (Aguilar, 2007).
Volver a esta plaza y comprender la aflicción, para fotografiarla y así liberar esta realidad, como se liberan las aves de un palomar. Volver a esta plaza en donde el sufrimiento se acepta, como se acepta esa mosca que interrumpe el almuerzo, pero que no matarás, por que se irá, se irá mientras respiras, se irá mientras no te das cuenta, pues ya has estado soñando con un nuevo momento. Volver a la plaza y olvidarse de las miserias psicológicas, pues todo es transitorio. Conversar con la señora que pasea su perro, de las plantas, que han desaparecido en el barrio.
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