blog de Raúl Hernández
SUBIENDO UNA ESCALERA DE CARACOL
Raúl Hernández
Conozco las escaleras de caracoles y su personalidad bauhaus. Vivo y comienzo un ascenso zigzagueante que logra iniciar una nueva aventura carcomida por la enseñanza sublime de la perdida y la escinsión. Esta nueva escena que recorro desde el despegue siniestro de cada mañana con los tibios alfileres de la lluvia. La montaña rusa del corazón.
Y toda esta proyección fragmentada no prescinde de sucesos de locura y caos, pesimismo sonámbulo y miradas a lo lejos. Tú sabes que he estado mirando los barcos llegar a tierra desde mi primer naufragio. Todas las noches soy parte de un cuadro de Escher en donde mi escalera tropieza con el designio del sobreviviente inconcluso, esa imagen disociada del espejo, ese verse ladeado, como en los espejos de los parques de diversiones. Obeso, malformado, curvo. Mi cabeza es entonces un panal de abejas y todo forma parte de un eterno ir y venir de bares imaginarios en donde los fantasmas son parte de la celebración y el desborde. Las bacanales se inician como si aparecieran subrayadas en los calendarios. Yo prefiero estar tendido en mi ataúd de sabanas rojas y flotar como flotan los volantines cortados.
De pronto, toda manilla de esta escalera viene a cuidar de mi catarsis y comienzo la mirada a los escalones, ese encuentro con la astilla del sueño perdido, ese polvo de amor barrido por el tiempo. ¿Dónde estas ahora, que el viento borró tus manos? ¿En las noches de luna imaginaria? ¿En una foto en donde los enmarcados van desapareciendo? Encuentro closets desvencijados, cajas musicales con bailarinas blanquecinas, tornillos y cassettes de tiempos de adelantar y retroceder: Francisco Bochaton, Holden, Luis Alberto Spinetta, Morrissey, John Coltrane, Buena Vista Social Club. Todo el soundtrack de una vida que tropieza en esta escalera hasta llegar al comienzo y quedar malherido y comenzar de nuevo limpiando el barro de los huesos. Miro hacia arriba y solo veo nubes, nubes con figuras extrañas y siniestras como la guarida de un animal que no existe, como el fatal sueño de Leopoldo María Panero. Subo nuevamente esta escalera y traslado cajas, cajas con libros que son como los amigos. Cuando están, todo entorno es más templado, más cerca del rayo verde. Tomo fotografías de este momento, encuadro con mis dedos y disparo. Nadie me mira, nadie esta atento a estas atenciones. Intento correr, subir esta escalera a gran velocidad, pero me canso y desisto y me siento en los escalones. Subo y subo gateando y dudando.
IRSE ES MORIR UN POCO
Raúl Hernández
Desaparecer, marcharse, irse. “Decir adiós es crecer”, dice Gustavo Cerati en su canción Adiós. Pero crecer es imperecedero y fatal, bien lo saben la araucaria y las casas antiguas. Estirar ramas o maderos podrá ser una concreción hacia un absoluto inocuo, pero demacrante. ¿Por qué no despedirse hacia adentro? ¿Un infra adiós? ¿Una salida por la puerta trasera?
J.D. Salinger luego de escribir sus libros El guardián entre el centeno y Nueve cuentos decidió hacerse a un lado y desaparecer, ocultar sus formas, pero no sus letras. El precio no importa, lo que importa es la lejanía impuesta de forma aplicada, asumiendo la exacerbación llevada al límite, espantando a los visitantes con tiros de escopeta. ¿Y por qué despedirse? La obra, por sí sola, no responde a esta pregunta, y queda tendida en la hamaca de la historia, zigzagueando frente al viento de las bibliotecas. Juan Luis Martínez habla de la imagen velada del autor. La desaparición del poeta en pos del limpio aullido de la obra. Incluso escribe ese genial poema La desaparición de una familia como un instante de continua perpetuidad, en el cual el lector se somete a la fragmentación dubitativa, como un puzzle al cual se le pierden de a poco sus piezas, día tras día, haciendo que el paisaje cada vez sea una región en el mapa al cual le han quitado territorio. La desaparición será esta vez la despedida del autor que tacha su nombre con alevosía.
REENCONTRANDO A MAHFUD MASSÍS
Por Raúl Hernández
Hace algunos años leí por primera vez algunos poemas del poeta chileno Mahfud Massis en su Antología (Editorial Dialit, 1990) que compré en un cajón de saldos. Este libro publicado en Venezuela (lugar de exilio del autor) fue mi acercamiento inicial del cual no guardaba fanáticas nostalgias. Si bien consideraba de gran calidad el corpus poético recopilado en su antología, no veía con grandes ojos enamoradizos los entretelones de la imaginación de Massis. Ahora, años después, me reencuentro con su obra luego de una visita que realicé a San José de Maipo, lugar en el que un amigo, el escritor Juan Pablo Yáñez Barrios (de abuelos gloriosos: Eduardo Barrios y Juan Emar), me obsequió el libro "Elegía bajo la tierra" (Ediciones Polémica, 1955), el que leí con premura después de bajar de la cordillera. Pero antes de comenzar los 27 poemas de "Elegía bajo la tierra", el poeta Massis escribe un prólogo (Palabras en el muro) en donde plantea su visión obsesa sobre el tema de la muerte, situándose este como leit motiv escritural: yo opto por el hecho poético cruento, que persiste en la memoria con la violencia de su impacto emotivo.
BRACEA
Por Raúl Hernández
raul.hernandez.o@gmail.com
El exceso de carencia es de buena forma sobrellevado, sólidamente trabajado en el último libro de la poeta chilena Malú Urriola. Las fracciones ligadas al traslado fatal hacia un mundo de monstruosas situaciones son el gesto deforme de una obra transmutada. Los instantes se quedan como escenas de película rara, abriendo un zig zageo que adecuadamente se traslada hacia efímeras escenas de felicidad. La hermandad obligada y la inevitable privación de normalidad, cuaja de gran forma y se posa en imágenes inclinadas hacia oscuras fotografías.
La muerte sólo es un secreto y ya no es menester de algún sufrimiento. Conocer un amor de tres piernas, llevar una vida siamesa, tener dos madres y vivir una niñez de perros atropellados por trenes y tibios rasguños de alambre de púas sólo es parte de una vida sin inercia, asimétrica, casual.
La escritura de un diario de niñas limitadas y vivir de una vez por todas estos fríos momentos de desesperanza con la ternura de quien ve animales en las extrañas formas de las nubes. Las miradas se acercan poco a poco, y la escritura se transforma en un nuevo gesto, nuevas moralejas, disímiles mensajes que nos indican la dirección del viento, de la tarde, de la ciudad. Una vida fragmentada.
ROZANDO EL IMPERIO DE LA LOCURA
Por Raúl Hernández
Nunca he sido fanático de David Lynch, pero siempre termino viendo sus películas. Y casi siempre en el Cine Normandie, con los asientos que incomodan después de la media hora y la cinta que se desordena de vez en cuando. Pero bien, es el cine que me gusta, esa imperfección hace juego con mi imperfección. Y entonces me involucro en esta nueva película de Lynch (Inland Empire) en la cual nuevamente nos adentramos en sueños que no son tales, ideas que no son tales, o viceversa.
La protagonista (Laura Dern) hace del ceño fruncido la mueca de la vida y nos invita a conocer una película en donde transcurre otra película en donde esta chica, que es una actriz, obtiene el papel principal en un remake de una antigua película polaca en donde sus protagonistas son asesinados quedando su filmación inconclusa. Entonces, la actriz se transforma en su papel, en su rol, y comienza la pesadilla, las prostitutas, las calles, los hombres con cabeza de conejo, las escalinatas sombrías, los pasajes claroscuros, y nuevamente en esta chica que representa el cine de la vida. Porque si bien estos momentos son tortuosos y crípticos, casi injustos dentro de una perspectiva de equilibro, es una forma de sentir esta paranoia simple de ser parte de un film que sobrepasa nuestras fronteras de la realidad. Ser protagonista, productor, director y guionista de nuestro propio descalabro.
SE ACERCA UN TEMBLOR
Por Raúl Hernández
Estoy leyendo tranquilamente un libro, cuando comienza a temblar levemente, pero de forma duradera, creando esa tensa calma en donde no sabemos qué vendrá ahora. Toda la desesperanza del mundo, ninguna fe perdurable. Esperamos mirando un punto fijo la performance del terremoto o el final de una leve interrupción en nuestros objetivos momentáneos.
Y se detiene. Ya no está temblando y todo sigue su curso como una imprenta a mediodía. Pero queda la duda de los diarios temblores incisivos, “el enjambre” como suele referirse la experta de sismos de nuestro país. Será que algo se avecina y es esa inminencia insegura la que nos hace mirar de reojo cualquier movimiento extraño, en la cama, en el velador. El movimiento sin consentimiento propio que nos persigue desde niños.
Me queda la duda de tanta advertencia, de todas estas etapas que pueden ser una escalera hacia el vacío. Algo se viene, y es esta incertidumbre la que me queda rondando desde hace días. Toda la vorágine de fin de año, que condiciona la paz y la tranquilidad después de las fiestas. Luego, es la calma, esa que ya creo poseer después de saltar las vallas molestas del cotidiano cotejo. Y creo que ya todo ha pasado, que nada vendrá a mover el piso ni a juguetear con nuestro equilibrio, hasta el día de hoy, que tropiezo en el parque y me voy directo al suelo.
LA FRACTURA Y EL AZAR
Por Raúl Hernández
A partir de ciertos cameos de películas sin nombre, breves miradas inmiscuidas dentro de algún proyecto cinematográfico. Nunca una permanencia placentera en un contexto cámara. Asimismo, tropezando con cintas quebradas, es desde donde me percato de la fractura cotidiana dentro de nuestros días. Es desde esta perspectiva de fractura, desde un proceso final nunca perfecto, desde donde aparecen las perspectivas situacionales de las esquinas.
Lo accidentes benignos se manifiestan dentro de parámetros guiados a partir de un mero reflejo de plaza. El equilibrio funambulista es lejano. La felicidad, antes vista como una misión, es sólo una esquiva idea que no prevalece. Es standard dentro de un sistema be-bop.