Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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blog de Carlos Yusti

“A mí siempre me ha interesado la política como una metáfora ilusionada del país”. Elisa Lerner

Escribir es una cosa. Pero escribir con inteligencia, garbo y ese humor de exquisita simetría estética es más complicado. En las fotos que he visto de la escritora Elisa Lerner percibo todo eso del garbo, la inteligencia y el humor cuando de escribir se trata. También trato de fijarme en sus zapatos y luego descubro en mi biblioteca casi todos los libros que ha publicado.

Cuando uno empieza a escribir (y si uno es autodictada ajado/distraído como Columbo) necesita leer a los maestros del día para salir un poco del despiste y enterarse sobre eso que llaman escribir. Los ensayos, las crónicas e incluso las obras de teatro de Elisa Lerner fueron un descubrimiento/deslumbramiento. Para mi sus libros se han convertido en amuletos que es necesario llevar a todas partes. Leerla siempre ha sido una pasión un tanto dispersa y que hoy todavía dura.

Con Elisa Lerner la crónica y el ensayo recobraron cierto desden con glamour, en cuanto a estilo se entiende, cierta relajada metáfora donde el humor bien administrado colocaba todo en perspectiva. Ensayos y crónicas que eran opuestos a esa crónica y a ese ensayismo profesoral y de revista arbitrada ( arbitrada por el tedio digo yo). Los textos de Elisa Lerner poseen algo de instantánea fotográfica sobre ese mundo contradictorio, y a veces de un trágico risible, que gira a su alrededor. Ella vive el mundo como espectadora atenta y en sus textos diseca esos momentos grandiosos o intrascendentes como si fuesen insectos. Nada se le escapa y todo eso que es comidilla, rumor de oficina, hablilla de antesala le sirve como aderezo para condimentar su lucida y cortante escritura.

“No creo en términos de categorías. El arte es tal vez una actividad subversiva. Hay una sedición cuando eres un artista de corazón, aunque sólo sea en el arte de vivir”.

Philippe Petit

Carlos Yusti

En el Adriano de Margarite Youcernar hay una frase: “La vida me enseñó los libros”. Como cada día leo y vivo mucho más voy desentrañando la impecable verdad que encierra la frase.

Carlos Yusti

Acabo de adquirir una nueva edición del Ulises de James Joyce, tenía una (seguro está extraviada en mi biblioteca) que consta de dos tomos. Quien me acercó a esta novela fue el escritor Vladimir Nabokov. Lector puntilloso y al cual le gustaba hurgar en el cuatro de traste de los detalles de las novelas, “Al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos”. Disfrutaba la literatura escudriñando sobre la forma que tenía el insecto en el cual se transformó el personaje de Kafka, que noveletas románticas hacían soñar a Madame Bovary y cuestiones por el estilo.

Nabokov veía las grandes obras de la literatura como obras de arte de la cuales no se sacaba nada útil sobre la vida, pero se podría aprender sobre la belleza de las palabras en la creación de un mundo especial. Para el autor de “Lolita” los verdaderos escritores comenzaban desde cero, para ellos no existían valores predeterminado y ellos lo iban creando a medida que escribían, el mundo real existía sólo como plataforma para el mundo creativo de la ficción literaria y por esa razón escribe: “El arte de escribir es actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el substrato potencial de la ficción”.

 

Los granos se unen a los granos, uno a uno, y un día, de pronto, forman un montón, un pequeño montón, el imposible montón”.

(Final de partida- Samuel Beckett )

 

A Samuel Beckett lo leía a través del prisma del teatro. De joven era asiduo a una escuela de teatro. Iba como es lógico por las actrices. Me apasionaba ese desdoblamiento que hacían en escena, como se convertían en otros mujeres, pero de algún modo eran las mismas. En silencio las veía cambiar de piel. Eran otras, pero siempre eran las mismas. Estas actrices amateurs me llevaron de la mano hacia Artaud y Beckett. En ambos el fracaso se tejió de manera diferente, pero de todos modos ambos quedaron atrapados: Artaud en la locura y Beckett en el silencio; ese silencio donde las palabras se desgatan, se empobrecen. No por casualidad está ese proverbio árabe "No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir sea más bello que el silencio”.

Sicosis para Leer

Carlos Yusti

El músico norteamericano Jhon Cage tiene tres composiciones (4`33``, 0`,00`` y reunión) cuya base es el silencio. Cage lo explicó en una conversación con Daniel Charles: “La primera, 4'.'3.'3", es para uno o varios músicos que no producen sonidos. La segunda, 0'00", indica una obligación respecto de otro que debe ser cumplida, parcial o totalmente, por una sola persona. La tercera consiste en la reunión de varias personas que practican un juego -puede haber dos o más jugadores- en una situación que se amplifica. Cualquier juego -por ejemplo una partida de bridge, o de ajedrez- se convierte en una obra musical, que es esencialmente silenciosa.” 

Kazemir Malevich, un pintor ruso,  es el creador de un famoso cuadro "Cuadrado blanco sobre fondo blanco" (1918), en el que el blanco representa lo que el silencio para Cage. Este gesto creativo  de no-pintura, de no-música lleva tanto al creador como al escucha (o al espectador) a entrar en esa zona en la cual la creación artística intenta explorar todas las posibilidades del arte, busca abrir puertas inéditas para que el acto creativo se radicalice a tal punto que se convierta en su propia caricatura, en una burla consciente, premeditada y alevosa.

Las vanguardias artísticas en su cinco minutos de fama buscaron darle otra de vuelta de tuerca al arte convencional y así el cine, la pintura, la escultura y la literatura se convirtieron en objetos llevados al laboratorio de la experimentación. Algunos productos fueron realmente interesantes, otros se quedaron en un amago deleznable. Luego estas vanguardias pasaron a formar parte de la tradición artística y el ciclo se iniciaba otra vez. Los vanguardistas  desmontaron el arte más que visto, le hicieron morisquetas al arte clásico archivado en los museos y en la memoria estética como obras intocables. Sólo trataron de que el arte volviera a escandalizar, a causar angustia, a que hiciera sentir vivo al espectador tan difunto en la cotidianidad doméstica con horarios.

Carlos Yusti


Obra de Andy Warhol

"La gente que me conoce me llama Elizabeth. No me gusta Liz"

Elizabeth Taylor

Nunca pisó una academia de actuación o una escuela de teatro. Nació en Londres un 27 de febrero del año 1932. De padre Norteamericano regresaría a Estados Unidos. Se inició a los 10 años con una película más bien boba. Su segunda película con la Metro Goldwyn Mayer, "La cadena invisible" (1943), la convirtió en una niña prodigio de la actuación. Su coestrella fue la perra Lassie, que pasó mucho trabajo para robarle cámara a la niña que a todas luces era ya un pequeño monstruo en eso de actuar.

Participó en muchas películas, pero son contadas las que hoy son inigualables clásicos del cine y las cuales sacó (sin metáfora alguna) sus garras de actriz para la inmortalidad. Elizabeth Taylor labró su leyenda a fuerza de escupir sus demonios en actuaciones memorables, de saborear los hombres como una gata en celo, de engordar como una nevera, de ser amiga incondicional de Rock Hudson y Michael Jackson, de apoyar causas inesperadas y estar allí como no como una actriz del montón (o como una actriz-empresaria de Hollywood), sino como un mito nada potable, pero inolvidable.

Carlos Yusti

El homenaje oficial que preparaba el gobierno francés por el cincuenta aniversario de la muerte de Louis-Ferdinand Céline, fallecido el 1 de julio de 1961, fue suspendido abruptamente. El titular de cultura, Frédéric Mitterrand, lo comunicó a los medios y enseguida la polémica se avivó.

Céline era un gran escritor que rozó de alguna manera el genio, pero esto no lo eximió de ser un redomado y virulento antisemita. Céline estaba en la lista de personalidades y eventos para ser homenajeados este año 2011. Su novela «Viaje al fin de la noche», todo un clásico sobre el absurdo deshumanizante que es la guerra y que le permitió no sólo ser reconocido como escritor, sino como uno de los grandes de las letras francesas.

  

El instante de la escritura

Carlos Yusti

“Si el deseo de escribir es la constelación de unas cuantas figuras obstinadas, al escritor sólo le resta una actividad de variación y de combinación: nunca hay creadores, sólo combinadores, y la literatura es semejante a la nave de Argos: la nave de Argos no comportaba en su larga historia ninguna creación, sino sólo combinaciones; a pesar de estar obligada a una función inmóvil, cada pieza se renovaba infinitamente, sin que el conjunto dejara de ser la nave Argos”.

 

Anorexia ideológica

Carlos Yusti

La juventud es el hambre por los sueños y la utopía. En esa etapa la vida ofrece dos vías: la militancia por un mundo distinto o ese camino insulso de la frivolidad servil.

Lector imperfecto

Carlos Yusti

Ilustración: Milagro Haack

La gente que lee (novelas, cuentos y poemas) me produce más sentimientos encontrados que aquellos desentendidos de los libros y que ni se molestan en leer las paredes de los baños públicos.

Un lector está atento a las novedades editoriales, busca información sobre algún autor que le guste, lee en el baño, en el  microbús, de pie, acostado y algunos llevan toda una biblioteca en su adminículo electrónico.

La gente que lee tiene hábitos extraños y en algunos casos un buen número de ellos incurre en el error de escribir y no tanto para convertirse en autor que por un amor a las palabras organizadas desde el corazón y la inteligencia.

Los padecimientos de los lectores son muchos en comparación de quienes descasan en la idílicas playas de la no-lectura. Uno como lector tiene muchos defectos: los libros se van acumulando y ya no hay sitios donde ubicarlos, donde hay libros proliferan los bichos e insectos de toda índole, con libros desperdigados aquí y allá se habla de orden vital para enmascarar un desorden que todo lo desaliña, los naufragios amorosos a veces son proporcionales de los libros que se van abandonando en el camino y un largo etcétera.

 

VOLTAIRE SIN FANATISMO

Carlos Yusti

Cuando era un descuidado lector barriobajero me convertí en un encarnizado fanático de Voltaire, un ilustrado hombre de letras de la ilustración francesa que desdeñó cualquier tipo de fanatismo. Paradoja aparte no aprendí nada de Voltaire, no obstante su estilo desprejuiciado y al vuelo de su Diccionario Filosófico se adhirió a los huesos de mi escritura.

Dibujo CY

Carlos Yusti

Hay libros (y sobre todo algunos autores) que de alguna manera marcan tu vida y no en el sentido estrictamente metafórico. En mi caso los libros de  Edgar Allan Poe delinearon en mi juventud mi alma con pinceladas oscuras necesarias para apreciar los prodigios de la luz.

Cuando comencé a garrapatear mis primeros cuentos eran plagios deliberados de Horacio Quiroga y Poe. Autores que idolatraba y cuyas vidas eran por si mismas narraciones de terror e infortunio que no creo que la imaginación más retorcida era capaz de crear.

Cuando se es joven ese aspecto lúgubre de la existencia posee un especial atractivo. La lado oscuro posee un extraño toque seductor y las narraciones de Poe tenían las sombras, el misterio y los claroscuros necesarios para despertar mi irredento interés juvenil.

 


CC Fotografía David De Biasí

EL SENTIDO DE LOS CABALLOS

Carlos Yusti

Mi madre que era una pragmática con corazón, nunca escatimó con eso del amor y una buena bofetada (o algunos correazos) cuando se le agotaban los argumentos y la paciencia, en una ocasión me dijo: “De vez en cuando un poco de sentido común no le hace daño a nadie”. Le repliqué: “Del común ni el sentido, en todo caso si es en sentido contrario”. Mi madre suspiraba resignada, sabía que bromeaba, pero ella en el fondo estaba convencida que yo siempre iría contradiciendo normas y señales. Otro día conversábamos sobre el matriarcado rígido que ejercía en la casa y sobre todo con mis tres hermanas. Ante sus argumentos esquivos le pregunté a bocajarro: “¿Qué hubieras hecho si salgo homosexual?” Ella sonreída respondió: “El sentido común me dirá que te corra de la casa, pero como soy tu madre terminaré aceptándote, quizá te propine una paliza y esconda mis cosméticos”. Fin del asunto.

LA ESCENOGRAFÍA DE LAS PALABRAS

Carlos Yusti

El Tractatus de Wittgestein finaliza con: “De lo que no se puede hablar es mejor callarse”. Lenguaje y silencio los dos extremos de un mismo hilo. Esto lleva a George Steiner, quien escribió que el lenguaje se ocupa de manera parcial de la realidad y que el resto, la mayor parte, es silencio.


LA HUIDA DEL ESCRITOR

Carlos Yusti

Hay un personaje de Woody Allen que sufre una extraña afección: está desenfocado. Este personaje es actor y un día que están filmando una escena descubren que está borroso. Tratan de ajustar el lente de la cámara, pero no es un problema técnico es el actor el que se encuentra fuera de foco. Para un actor de cine ese malestar puede ser fatal así como es aciago para un escritor tratar de ocultarse de la prensa, los editores y los lectores.

En el ejercicio de la escritura tiene dos lados de una misma moneda. En una tenemos a ese escritor que ansia la fama y en el otro lado está el escritor que desea esconderse.

Cuenta el escritor Jorge Gómez Jiménez que recibió un correo electrónico donde un señor le preguntaba cómo hacia para convertir a su hijo adolescente en un escritor famoso. Esta pregunta llevó a Jiménez a reflexionar sobre la literatura como actividad social y la necesidad que tiene el escritor de hacerse con un nombre, ya que es remoto el interés que pueda despertar en una editorial un  autor desconocido y esto implicaba dedicación o como él mismo Jiménez lo escribe: “Construir el “nombre” implica participar en concursos literarios, asistir a bautizos de libros y tertulias, hacerse asiduo de ciertos círculos, publicar textos en suplementos y revistas; sin contar con que previamente el afanoso constructor debería haber pasado toda su vida leyendo y puliendo su estilo. Además, dado que su materia prima será el lenguaje, no estaría mal que se ocupara un poco de hacer alguna reverencia a las normas ortográficas y gramaticales que más adelante, con la debida experiencia, se encargará de subvertir”.