Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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SUBIENDO UNA ESCALERA DE CARACOL


Raúl Hernández

Conozco las escaleras de caracoles y su personalidad bauhaus. Vivo y comienzo un ascenso zigzagueante que logra iniciar una nueva aventura carcomida por la enseñanza sublime de la perdida y la escinsión. Esta nueva escena que recorro desde el despegue siniestro de cada mañana con los tibios alfileres de la lluvia. La montaña rusa del corazón.
Y toda esta proyección fragmentada no prescinde de sucesos de locura y caos, pesimismo sonámbulo y miradas a lo lejos. Tú sabes que he estado mirando los barcos llegar a tierra desde mi primer naufragio. Todas las noches soy parte de un cuadro de Escher en donde mi escalera tropieza con el designio del sobreviviente inconcluso, esa imagen disociada del espejo, ese verse ladeado, como en los espejos de los parques de diversiones. Obeso, malformado, curvo. Mi cabeza es entonces un panal de abejas y todo forma parte de un eterno ir y venir de bares imaginarios en donde los fantasmas son parte de la celebración y el desborde. Las bacanales se inician como si aparecieran subrayadas en los calendarios. Yo prefiero estar tendido en mi ataúd de sabanas rojas y flotar como flotan los volantines cortados.
De pronto, toda manilla de esta escalera viene a cuidar de mi catarsis y comienzo la mirada a los escalones, ese encuentro con la astilla del sueño perdido, ese polvo de amor barrido por el tiempo. ¿Dónde estas ahora, que el viento borró tus manos? ¿En las noches de luna imaginaria? ¿En una foto en donde los enmarcados van desapareciendo? Encuentro closets desvencijados, cajas musicales con bailarinas blanquecinas, tornillos y cassettes de tiempos de adelantar y retroceder: Francisco Bochaton, Holden, Luis Alberto Spinetta, Morrissey, John Coltrane, Buena Vista Social Club. Todo el soundtrack de una vida que tropieza en esta escalera hasta llegar al comienzo y quedar malherido y comenzar de nuevo limpiando el barro de los huesos. Miro hacia arriba y solo veo nubes, nubes con figuras extrañas y siniestras como la guarida de un animal que no existe, como el fatal sueño de Leopoldo María Panero. Subo nuevamente esta escalera y traslado cajas, cajas con libros que son como los amigos. Cuando están, todo entorno es más templado, más cerca del rayo verde. Tomo fotografías de este momento, encuadro con mis dedos y disparo. Nadie me mira, nadie esta atento a estas atenciones. Intento correr, subir esta escalera a gran velocidad, pero me canso y desisto y me siento en los escalones. Subo y subo gateando y dudando.

Y así se está, en la mitad de la escalera de caracol, o en un cité, o en la calle gritando hacia adentro, o en el Cerro Polanco, o arriba de las casas sujeto a las alfombras voladoras que son aves, que son qué. Bebo de una copa triste y tú sabes desde lejos que ya no suelo mirarme en los vidrios de los escaparates. Todo un mundo en la retina de los ojos.
Mientras subo este penúltimo peldaño, hacia un nuevo poema siniestro, hacia quien sabe donde, los perros ladran a sus amigos imaginarios. Miro un horizonte nebuloso, un atardecer que se oscurece. Entonces, desisto de subir. ¿De que forma negarse al abandono? Y caigo, caigo de espalda, como una adorno tibio que en el silencio de la noche busca entorpecer.

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