Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Escrito original de Salvador Elizondo; ideograma chino para "coito". Foto: Alfredo Ríos

 

Salvador Elizondo, 

o la paradójica imposibilidad existente en la repetición de los instantes

 

En una de tantas noches de insomnio y después de varios intentos, encendí el televisor. Nunca he sido un espectador frecuente y me parece un gasto innecesario contratar televisión de paga. Suponía, erróneamente en aquella ocasión que, dada la calidad de los contenidos en tele abierta, terminaría sucumbiendo ante algún infomercial o cualquier otra cosa transmitida a las 3 de la madrugada. No tuve siquiera que cambiar de canal. Al aparecer en pantalla la inconfundible mirada perdida y el acento porteño de Borges, comprendí que no conversaría con Morfeo en un buen rato.

El audio mono estéreo y las imágenes distorsionadas evidenciaban un programa antiguo, probablemente recuperado de alguna polvorienta bodega. Se trataba de una tertulia entre titanes: Jorge Luís Borges, Germán Bleiberg, el autor de “El guardagujas” Juan José Arreola y el hasta entonces desconocido para mi Salvador Elizondo.

Poco tiempo después un amigo insistió en prestarme un libro, viejo, un tanto destartalado y con la imagen en blanco y negro de una mujer de los años 20 en la portada, nada menos que “El retrato de Zoé y otras mentiras” de Salvador Elizondo.

El pasado 29 de marzo una ausencia cumplió una década taladrando la nostalgia, 10 largos años soportando esa persistente sensación de haber nacido en el año equivocado, provocando que uno pase la mayor parte del tiempo intentando corregir el propio horóscopo.

Comprendemos entonces que todo termina pasando así de pronto. Suele guardarse celosamente en el olvido el saber que los ciclos arden en los alambiques de cobre del tiempo, pozos ardientes en ebullición, de donde se escapan tan sólo para cumplirse; nada puede detenerlos. Asimilamos de la misma forma el ancestral conocimiento de que destilar es habitar, existir en el medio con el único propósito de disiparse, algo similar tuvo que haber sido, necesariamente, la alquimia por vapores, como si la materia respondiera de veras y a nuestra voluntad a ciertas invocaciones. Si alguien se encontraba en condiciones de afirmar con absoluta certeza que conocía este eterno y a la vez impermanente proceso era Salvador Elizondo.

Nació en la Ciudad de México, en 1932. Hijo del diplomático y productor de cine Salvador Elizondo Pani, el escritor en cierne se interesó por las artes y la literatura siendo muy joven. Lo primero que publicó fue Poemas (1960), género que nunca volvió a frecuentar, interesándose por la crítica literaria y los textos breves y enigmáticos. Entre sus obras más aplaudidas se hallan las novelas Farabeuf o la crónica de un instante, El hipogeo secreto y Narda o el verano, y de reputados relatos breves. Desde muy joven tuvo contacto con el cine y la literatura. De niño vivió varios años en Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, y cursó tres años en una escuela militar en California, Estados Unidos. Realizó estudios de Artes Plásticas en la Ciudad de México y de Literatura en las universidades de Ottawa, Cambridge, La Sorbona, Peruggia y en la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM (1).

La profunda e íntima relación con su propia narrativa nos dio complejos esbozos de su genial devoción por el lenguaje, como llegara a afirmar en alguna ocasión “No convertir la realidad en lenguaje, sino el lenguaje en realidad, en una cosa que se manipula y se modela como el barro”. Proyectando en cada uno de sus textos, las amplias analogías alimentadas por varias disciplinas, desdibujan en el lector la deconstrucción misma de su propia interpretación, para formar una y otra vez durante un instante eterno, el escenario que está plasmado en sus escritos, la sensación de cada uno de sus personajes, que a la vista del lector bien podrían adquirir una mirada, me gustaría decir más siniestra, si no se asimila la inocencia primigenia que bien podría significar la intención con la que probablemente fueron escritos.

Salvador Elizondo; foto de la contraportada de la 1a edición de su libro "El retrato de Zoé y otras mentiras". Foto: Alfredo del Río
Nacido en una posición privilegiadamente acomodada, el destino confabula para que su formación académica continúe en Alemania, Inglaterra, Paris, Canadá, Estados Unidos y México, con aprendizajes en pintura, fotografía, cine, lenguas y por supuesto, literatura. Se embarca en un incierto viaje creativo durante la década de 1960, periodo recordado por su efervescente fertilidad para todas las expresiones artísticas. Cruzando indistintamente la frontera entre recuerdos, sueños, descripciones y fantasía, a veces en una misma línea, da vida a títulos que abarcan casi todos los géneros literarios.

Dotado de un agudísimo ingenio, estilo mordaz y una cultura enciclopédica, Elizondo puede releerse a distancia y apreciarse como un disidente de la literatura y al mismo tiempo su empedernido enamorado y voraz amante. Lejos de ambicionar un acercamiento profundo hacia temas de carácter más simbólico, pedagógico o filosófico, mantiene la convicción por generar escritos que abarquen la pura creación literaria sin atribuir demasiada importancia al género, evitando siempre, a pesar de saberse relegado del mercado, convertirse en un autómata maquilador de textos.

La difícil descripción que acompaña a cualquier opinión sobre “Farabeuf” podría desmerecer, es un compromiso que no me atrevería a adquirir. No en vano, de agosto a octubre del año pasado, se dedicó una exposición en la sala Justino Fernández del Palacio de Bellas Artes para conmemorar los 50 años de la publicación del libro. Más que novela, un traité que bien pudo haber sido inspiración para la teoría de la relatividad por la forma y fondo con la que el autor ensambla retóricas y complejas disertaciones a propósito de otro tema recurrente en sus escritos, a pesar de no mencionarse en la novela; el río Heraclíteo. El curador tuvo la delicada cortesía de acumular emblemáticos elementos que dieron vida a “Farabeuf”. Entre la parafernalia había, entre fotos, ideogramas, dibujos y libros, grabaciones con la voz de Salvador Elizondo y entre ellas, la siguiente:

“… Hay miradas que pesan sobre la conciencia, es curioso sentir el peso que puede tener una mirada, es curioso como el afán de retener un recuerdo es más potente y más sensible que el nitrato de plata extendido cuidadosamente sobre una placa de vidrio y expuesto durante una fracción de segundo, a la luz que penetra a través de una combinación más o menos combinada de prismas. Esa luz se concreta como la del recuerdo, para siempre, en la imagen de un momento, una imagen borrosa. La nitidez de cuya verdadera significación comprendida en la soledad y en el silencio, es capaz de hacerte gritar en mitad de la noche. Ese grito no es más que la máscara de tu verdadero dolor, un dolor agudísimo, mil veces más agudo que el lento desmembramiento que ellos, con la lentitud del hielo que se resquebraja al sol, pero súbito como el vómito de un moribundo, va tajando en el cuerpo del supliciado…”(2)

 

Escrito original de Salvador Elizondo; primer borrador de su libro "Farabeuf". Foto: Alfredo del Río

Escrito original de Salvador Elizondo; primer borrador de su libro "Farabeuf".

Foto: Alfredo del Río

 

Después de todo, la persistencia de la memoria suele carecer de modales y por mucho que uno trate de recordar dónde fueron a parar las llaves o aquel documento etiquetado con amarillo y en urgente, lo primero que suele aparecer por la mañana, a pesar del recurrente insomnio, es el largo cabello negro y la fácil sonrisa aparecida de pronto y sin razón aparente. Resulta adecuado, extrañamente sincronizado el primer acercamiento que tuvimos con el autor:

“…No sé ni siquiera si ése es su verdadero nombre.

Algunos me dijeron que así se llamaba; pero para qué te voy a decir que estoy seguro de ello, si al fin de cuentas lo único que aprendí acerca de ella fue su ausencia. La fui aprendiendo poco a poco; a lo largo de los días primero. Luego las semanas se fueron volviendo lentas como el deslizamiento de los caracoles; una lentitud que fue, imperceptiblemente, comenzando a discurrir dentro de una vertiginosa velocidad de meses. Los años eran siempre, por aquel entonces, una sucesión lunar en la que su recuerdo se avivaba como la pulsátil hemorragia de las heridas que siempre parecen estar a punto de cicatrizar, pero que siempre, también, por aquel entonces todavía, el proferimiento de su nombre equívoco, una alusión remota a su forma de ser, a su recuerdo, hacían sangrar nuevamente, como si todas las palabras de las que en mí estaba hecho su recuerdo fueran puñales…”(3)

Así es como empieza “El retrato de Zoe y otras mentiras”, meticuloso relato no carente de nostalgia que, como muchos otros de Elizondo, nos parece una mirada en primera persona y al mismo tiempo, a través de las pupilas del tiempo mismo, a pesar de ser el relato de un recuerdo.

No hay cabida para la semblanza. La mejor manera de conocer a un autor es “en su tinta”, como suele decirse, creo con fervor, que Elizondo era dueño de una de esas plumas en las que bien podrían caber todas las letras de todos los universos posibles. A nosotros los mortales, no nos queda otro remedio más que aspirar a que siga haciendo correr la tinta en otro espacio, en otro tiempo.

En el Ambulatorio del Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico; Ciudad de México) se presenta de lunes a sábado de 10:00 a 18:00 horas, y hasta el 24 de junio del 2016 la exposición “Los caminos de Elizondo” muestra organizada a 10 años del fallecimiento del autor, donde se exhiben manuscritos originales, traducciones y fotografías de su esposa, la fotógrafa Paulina Lavista.

 

Lic. Alfredo Del Río Pérez

Lic. en Ciencias Políticas y Administración Pública, Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM

Columnista cultural y analista político

Consultor en Marketing Político y Políticas Públicas

Contacto: alfredo.delrio@outlook.com

 

Imágenes: todas proporcionadas por Alfredo del Río, de su autoría.

Imagen 1: Escrito original de Salvador Elizondo; ideograma chino para "coito". Foto: Alfredo Ríos

 

Referencias:

(1) Biografía de Salvador Elizondo (fragmento). Recuperado en:

http://www.cultura.gob.mx/noticias/efemerides/10394-salvador-elizondo-escritor-original-y-vanguardista.htmlel 18 de junio de 2016.

(2) Grabación tomada de audio de la exposición “Farabeuf, 50 años” de la Sala Justino Fernández del Palacio de Bellas Artes, el 27 de septiembre del 2015.

(3) ELIZONDO, Salvador; “El retrato de Zoé y otras mentiras” Ed. Joaquín Mortiz (Serie del Volador) México 1969. p. 5

 

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