Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Vuelo sin motor

 

Carlos Yusti

Aunque parezca anómalo la escritura es una actividad en solitario, pero la vida del escritor es todo lo contrario y allí están esos versos de Alberto Caeiro: No tengo ambiciones ni deseos. /Ser poeta no es una ambición mía./ Es mi manera de estar solo.

Al parecer se equivocaba Fernando Pessoa, a través de la voz de su heterónimo Caeiro, ser poeta es estar solo en la multitud, cuestión que aplica para los escritores en general.

Voltaire escribió que lo más funesto de la profesión de escritor era la inquina y envidia de los otros escritores, sin mencionar a los necios que mezclan espíritu de venganza y fanatismo para hacerle la vida a cualquier escritor un infierno portátil que le acompañará hasta la tumba.

Mi ideal de escritor era ser carcomido por el insomnio y el hambre que encerrado en su desaliñada buhardilla, y de espaldas al mundo, se enfrascaba a su tarea de escritura sin impórtale que su gran obra se publicara. Pero esta idealización romántica del escritor escondido en su torre de marfil jamás tuvo adeptos entusiastas entre mis amigos de farra y bohemia literaria. Para ellos el escritor ideal era ese que se inmiscuía en los vaivenes sociales y era un militante fervoroso por la redención de los pueblos sojuzgados.

Por un tiempo estuvo bien visto que escritores y poetas nadaran a contracorriente, que fueran el tóxico idóneo para espantar las moscas de la rutina y el bostezo social. Nunca declarados abiertamente de izquierdas, pero cuya actitud de desaliño y desplanche contracultural los ubicaba en esa orilla de intelectual progre. Esto les permitió darle mucha plusvalía curricular a su estado incivil y entrar por la puerta de servicio a las instituciones (burguesas) culturales que despreciaban, pero las cuales les permitiría subir un nuevo peldaño social y retomar su obra con más fiambre contestario.

Si uno no es un Rimbaud de barriada pobre es necesario fajarse bastante para convertirse en un lector más o menos solvente y luego comenzar a garrapatear los primeros poemas y los primeros gritos de literatura incomprendida y toda esa broza tan panfletaria, pero eficaz. Si estudias es sencillo obtener un título en letras que te certifique como escritor, pero si eres autodidacta y quieres escribir el ambiente se vuelve enrarecido y tus amigos de antaño (con los cuales hiciste algunos maratones en las barras de los peores bares de la ciudad) ya graduados en letras, y con cargo cultural incomparado, han desarrollado ciertas pezuñas y algunos hábitos siniestros de “llena esta planilla para escribas en la revista” o “recibimos tu artículo para el suplemento, pero al director no le convence el tono”…A pesar de todo uno sigue en ese vuelo sin motor que es a fin de cuenta la escritura.

Con el pasar del tiempo uno se percata que los escritores conforman un gremio como los demás donde hay muchos que hacen las veces de escritores, en donde sobra mucha carpintería literaria y poca creación, mucha gramática encuadernada sin vida y por supuesto están los consabidos escritores de café y farra que en la cabeza tienen muchos Macondos por escribir, pero que jamás llegan a papel alguno. También hay escritores-profesores preocupados por la tesina de acenso y el ensayo de literatura comparada para cerrar con broche dorado el año sabático. Por supuesto sobran los relacionistas públicos de siempre que consiguen las becas, los premios, las páginas culturales y los cargos de cultura, para ellos la escritura ha quedado reducida al informe del mes o al memo correspondiente.

La escritura creativa sigue siendo una actividad de solitarios. A menudo a muchos escritores su trabajo los ha llevado a estar más solos. Samuel Beckett cuando lo llamaron para informarle que había ganado el nobel de literatura, sólo atinó a decir: “Que gran calamidad”. Todo aquello acabaría con su morosa y solitaria tranquilidad. Desde hace años se había apartado de todo (y de todos) e incluso estaba sometiendo su escritura a una depurada aproximación al silencio. Henri Michaux, antes de morir, le comentaba a Cioran que le habían llamado de una editorial para publicar sus poemas en una edición de cincuenta mil ejemplares, cuando el lo que quería era volver al principio cuando apenas publicaba un delgado libro que alcanzaba apenas el tiraje de 40 ejemplares. Juan Carlos Onetti terminó tumbado en una cama en España acompañado de su mujer y un perro. Ernesto Sábato en completa soledad comenzó a pintar unos cuadros fríos y oscuros. La lista podría incluir a Clarice Lispector, César Vallejo, Roberto Arlt, Alejandra Pizarnick, Argenis Rodríguez y un extenso etcétera.

Terminar solos y traspapelados con los personajes ficticios es un fracaso menor en comparación con ese que tiene que ver con la creación o como lo ha escrito Enrique Vilas-Mata: “En cualquier caso, el auténtico y verdadero gran fracaso del escritor, aquel que alcanza a tantos, llega siempre con puntualidad, generalmente muy temprana. Es un fiasco doloroso, íntimo. Llega cuando no podemos reproducir con fidelidad lo que a acabamos de pensar y querríamos haber escrito. Llega cuando comprendemos que no hemos podido ser fieles a la ambiciosa idea que nos habíamos propuesto al comenzar un libro o un artículo”.

No sé a dónde me llevará la escritura. Desconozco cual es el destino de este vuelo sin motor, si me estrellaré como tantos otros o seré capaz de planear con cierto arte y aterrizar lo mejor posible.

Siempre me resultó trágica, con risa nerviosa de fondo, esa anécdota de Raymond Roussel quien después de publicado su primer libro (costeado de su bolsillo ya que tenía bienes de fortuna) salió a la calle muy envarado a dar un paseo, con su libro bajo el brazo, sintiéndose un artista, un gran escritor. Su paseo sólo buscaba que la gente al verlo se precipitara a felicitarlo por su libro o que al menos lo reconociera y lo saludara como un autor editado, pero nada. La gente pasaba a su lado y lo ignoraba por completo. Deprimido y al borde de un colapso nervioso se sentó en el banco de una plaza y sintió el metal frío del fracaso mordiéndole las entrañas.

Las palabras te llevan a todos lados y a ninguno. La realidad no satisface nuestras expectativas y hay una urgencia de enriquecerla, magializarla leyendo mucha literatura. Escribir es muchas veces un malentendido, es ese día en el que cargas el paraguas y no llueve, es como cuando quedas a encontrarte con la mujer que amas en un sitio determinado y no encuentras el sitio. Escribir es tratar de que la realidad se desplace hacia la desnudez poética, para que lluevan paraguas en un día radiante, es esa mínima posibilidad para que la vida se torne una elemental metáfora, algo simple en su poética complejidad o como escribió Enriqueta Arvelo Larriva: “Sencilla como ese hilo sin perlas”.

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